Bien sea por el chovinismo francés, bien sea porque la derecha ganó las elecciones presidenciales unas semanas después, lo cierto es que 1968 ha quedado unido, erróneamente, a la revuelta del mes de mayo en Francia: estudiantes burgueses y una protesta llena de ambigüedades y objetivos a medias. Tal vez porque al final la revuelta primaveral debilitó más al Partido Comunista Francés y al movimiento obrero, el Mayo francés sigue hegemonizando la memoria de un año en el que, paradójicamente, este fue el único hecho que culminó con una victoria aplastante del conservadurismo.
Martin Luther King, Lyndon B. Johnson, Aretha Franklin y Robert Kennedy.
En 1968 se sucedieron otros muchos acontecimientos, no solo en el campo político, sino también en el social y, cómo no, en el musical, muchos más trascendentales que las pintadas realizadas en París. Cambios que harían avanzar a la humanidad, conquistándose o consolidándose el más amplio conjunto de derechos que nunca se habían conseguido. Pero también fue al año en el que se recrudeció el conflicto en Irlanda del Norte, y en el que la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas cuestionaba el papel revolucionario de la URSS y llevaba al nacimiento del eurocomunismo. Aunque existe un consenso generalizado en que 1968 fue una especie de canto de cisne de la izquierda, sucedido por los nubarrones neoliberales de la década siguiente, lo cierto es que 68 es sinónimo de cambio social, político y cultural. En definitiva, de revolución.
EEUU fue el país en el que 1968 tuvo más relevancia. Vivía en medio de la violencia política, de las desigualdades sociales extremas con un 12% de la población malviviendo por debajo del umbral de la pobreza, con un racismo que se resistía a desaparecer, en medio de una sangrienta guerra imperialista, y con una parte de la juventud que se rebelaba contra el estado de las cosas.Hace 50 años el Presidente de los EEUU era Lyndon B. Johnson, sustituto de John Fitzgerald Kennedy después de su asesinato el 22 de noviembre de 1963, fue elegido por voto popular en 1964. El caso de la Administración Johnson fue una paradoja, impulsando la agenda reformista del presidente asesinado, y protagonizando un giro socialdemócrata del país, lo que en EEUU quiere decir socialista. Así, no sólo aprobó la Ley de Derechos Civiles que declaraba ilegal la segregación racial en las escuelas y el trabajo, así como la discriminación en el derecho al voto, sino que sacó adelante su programa Guerra contra la pobreza, a través de seguros públicos de salud, viviendas públicas, y el fin de las barreras contra la inmigración. Pero, a pesar de esta agenda social, Johnson mantuvo a los EEUU. en Vietnam para impedir la reunificación de éste bajo un gobierno comunista, aprobando una escalada del conflicto en el que, por decisión presidencial, los asesores militares iban a ser sustituidos por tropas de reemplazo estadounidense, que alcanzarían su pico más alto el 1 de febrero de 1968 con 540.000 soldados, la mayoría de ellos obligados y de raza afroamericana.
El goteo de caídos en combate, que llegarían a 58.220 muertos estadounidenses provocaría que la izquierda no valorara los esfuerzos sociales de Johnson, y diera su apoyo a Robert Kennedy que, con el programa más a la izquierda en la historia del Partido Demócrata, aunaba cambios estructurales del capitalismo estadounidense con una promesa fundamental: la retirada total de los EEUU de Vietnam y la firma de la paz con el Gobierno comunista de aquel país. Así Bobby Kennedy se erigió en el candidato natural de los trabajadores, los afroamericanos y los jóvenes que se negaban a ir a Vietnam. Su asesinato el 6 de junio de 1968, tres meses después de que cayera también asesinado el líder afroamericano Martin Luther King, supuso un golpe brutal para una sociedad que, a duras penas, se había recuperado del trauma de perder a su presidente cinco años atrás.
Toda aquella violencia y crispación, unida a la mitificación de la toma armada del poder ejemplificada por las figuras de Fidel Castro y el Che Guevara, tendría el rock and roll como el escenario perfecto, y por ello afectaría a la juventud de todo el mundo. Si los siete años anteriores habían sido convulsos y de una creación sin parangón en la historia de la música, encabezados por The Beatles, Bob Dylan, y con unos Rolling Stones en estado de gracia, llegaba el momento de la politización generalizada, o, cuanto menos, de la crítica social. Así, canciones como Mississippi Goddam de Nina Simone denunciando los crímenes racistas en el sur de los EEUU., I Feel Like I´m Fixin´ to Die Rag de Country Joe and the Fish condenando la guerra en Vietnam, Say It Loud I´m Black and I’m Proud con un James Brown sumándose al Black Power, o ese primer himno feminista que supone Respect de Aretha Franklin, habían sentado precedente, marcan una actitud que tiene en 1968 su consagración definitiva.
Y es que, hace 50 años lo que estaba mal visto era no tener posición política, estar ausente de los cambios sociales que se producían o tener una visión reaccionaria o de derechas de la sociedad. Tanto fue así, que un conservador blanco como Elvis Presley, dejó a un lado su ideología y con una visión comercial de los tiempos que corrían, grabó esa estremecedora descripción de analfabetismo, desempleo, violencia y drogas de los barrios marginales, en su magistral In The Ghetto. Otros temas eran más coherentes con los orígenes sociales y actitud de sus autores. Así, The Beatles publicaron ese año su magistral doble álbum, que su portada en blanco popularizó como el Disco blanco. En este álbum se encontraba la que será la canción más política de su carrera, Revolution, en la que después de un alarido de Paul seguía una reflexión tranquila, no exenta de ironía, sobre la revolución por parte de un John que, al cantarla de manera pausada, marcará distancia de los grupos radicales que empezaban a prodigarse, y que como bien observa Lennon no se representaban mas que a sí mismos.
The Rolling Stones, listos como nadie, también quisieron aprovechar la ola revolucionaria existente, aunque a ellos les pillara totalmente alejados de la misma, como demostrarían poco después en su álbum Exile on Main Street, defensa abierta de la evasión fiscal. Pero en 1968 lo que vendía era ser revolucionario como hemos dicho, así que Jagger y Richards se pusieron manos a la obra e inspirándose en el comunista pakistaní, Tariq Ali, exiliado en Gran Bretaña, grabaron una de sus mejores canciones Street Fighting Man, que englobada en el sobresaliente álbum Beggars Banquet, se convirtió de inmediato en un himno de las revueltas de 1968. Otros álbumes y canciones, reflejo de la atmósfera que se respiraba en 1968, fueron la BSO de Simon & Garfunkel para El Graduado, película generacional donde las haya, donde latía la rebelión juvenil; el álbum debut de Os Mutantes, banda brasileña en la que mezclaban el pop de The Beatles con el movimiento tropicalista; el segundo álbum en solitario de Van Morrison, Astral Weeks, que renovó el concepto del folk; o The Doors rechazando la guerra en Vietnam en su disco Waiting for The Sun, a través de la canción The Unknown Soldier. Incluso hubo un grupo que supo leer que algo no iba bien al final de la década prodigiosa. Así, y como siempre a destiempo, The Velvet Underground con su White Light/White Heat, intuían que se respiraba en el ambiente que el sueño de 1968 acabaría produciendo monstruos.