Colita, la fotógrafa que hizo lo que le dio la gana

por | 16 septiembre 2024 | Destacado, Reportajes

Colita. Barcelona 1978 ©Archivo Colita Fotografía

Hace algún tiempo que llevo estudiando el trabajo fotográfico de Isabel Steva (en su carné de identidad), Colita para todos los demás. Sus fotos valientes, críticas, humorísticas, eróticas y, en cierta manera, violentas fueron testigo de la Barcelona de los años sesenta y setenta, donde literalmente pasaba de todo.

España era un país triste y atrasado, bajo una dictadura férrea. Colita decía que el color de Barcelona era el de una paloma sucia (tal como escribió Gil de Biedma), que escondía pequeños núcleos de reunión como trincheras, y que ocultaba una serie de gente, adicta a la cultura, antifranquista, que se reunían en el restaurante La Mariona y la efervescente sala Bocaccio, sede de la contracultura que atrajo tanto a intelectuales, artistas de todas las disciplinas y a la burguesía catalana.

Propaganda electoral. Barcelona 1977 ©Archivo Colita Fotografía

Se hicieron llamar La Gauche Divine y sus componentes surgieron de una servilleta de papel de un bar, en un día de borrachera. Xavier Miserahcs, Terenci y Ana María Moix, Joan Manuel Serrat, Elsa Peretti, Ricardo Bofill, Gonzalo Herralde y Vicente Aranda fueron algunos de ellos. Eran jóvenes inquietos con ganas de crear, provocar y, sobre todo, pasarlo bien. Ese fue el campo de actuación de Colita donde se desenvolvía a sus anchas, en una profesión adjudicada a los hombres. Ella fue uno más. Dice que fue protegida y bien cuidada. Hay veces que hay excepciones.

Observo sus fotos con detenimiento intentando descubrir algo más sobre ella. Su manera de mirar revelaba a una persona con agallas, intuitiva, incansable y tenaz. Tenía que ser así porque si no esas fotos no salen.

Me detengo en los retratos Carmen Amaya en “Los Tarantos” (Barcelona, 1963) o el de Ana María Moix (Barcelona, 1972). Denotan una complicidad fuera de lo común y es imposible no preguntarse qué está sucediendo ahí. Me interesa esa manera inquietante de aproximarse a las personas. Soy fotógrafa y sé que eso no es fácil y ella ya no está para explicarme.

Carmen Amaya en el rodaje de Los Tarantos. Barcelona 1963 ©Archivo Colita Fotografía
Ana María Moix. Barcelona 1972 ©Archivo Colita Fotografía

Me queda Francesc Polop, que aparte de gestionar su archivo, era su amigo, comisario, compañero, y confidente. Tras intercambiar varios mails, Francesc accedió a charlar conmigo. “Colita me ha dejado mucho trabajo pendiente. Así era ella”, me escribe. Se aproxima la hora de la entrevista. Estoy un poco nerviosa. Hace seis meses que Colita nos dejó y aunque para muchos ella sigue viva a través de sus fotografías, intuía que la herida en Francesc era profunda. Cuarenta años de relación marcan a cualquiera y no estaba segura de poder acertar en mis preguntas.

Nos conectamos y empezamos.

Aparte de trabajar con ella les unía una profunda amistad. Colita definía la relación con Francesc como “un matrimonio blanco que compartía casi todo menos la cama”.

Hemos viajado, vivido y llorado infinidad de veces, sobre todo de risa”, dice Francesc. “Cuando Colita se ríe, llora y sus lágrimas saltan hacia fuera”, añade.

Francesc la define como “una mujer-niña muy potente”. “Es la niña la que realiza el juego desde que nace hasta que muere, pero es la mujer la que toma las decisiones y decide lo que le gusta o no”.

Juerga Gitana en Montjuic. Barcelona 1963 ©Archivo Colita Fotografía

Sigo observando sus fotos una y otra vez: Juerga gitana en Montjuic (Barcelona, 1963), donde se ve a La Singla bailar salvajemente mientras mira fijamente a Colita. Parece que intenta seducirla bailando para ella. Vuelvo a encontrar la misma complicad en su mirada, como si ambas compartieran un secreto. Concluyo que Colita no es una simple observadora, sino una participante más. Francesc me lo confirma.

Colita gustaba mucho. A las mujeres y a los hombres. Tenía una personalidad apabullante. Vestía con pantalones, un chaleco de cuero lleno de carretes y reloj de explorador (…) Trataba a la gente con mucha cercanía consiguiendo que los fotógrafos la vieran como una colega. Tampoco se callaba ante las actitudes machistas o misóginas. Simplemente no permitía ese juego (…) Colita tenía su pareja, con la que acudía a los saraos y fiestas. A veces aparecía llevando el frac de su padre. Esa era su manera de reivindicase. Simplemente no escondía nada”, añade. “También trataba a las mujeres con sororidad cuando no se hablaba de esa palabra. Lo hacía a través de su fotografía. Cuando veía una acción protagonizada por hombres, siempre buscaba a la mujer. Era su manera de expresar que no le pasaban desapercibidas, que ella las estaba viendo. Colita decía una cosa muy importante: “No sólo hay que ver, hay que entender”. “Colita entendía todo lo que veía y esa es la gracia del todo el tema”, explica.

Vuelvo al archivo una vez más. Sigo examinando su trabajo, dándole vueltas a las palabras que me dijo Francesc. Pienso que no hay que tener prisa al mirar el trabajo de un buen fotógrafo. Entendiendo, intuyendo y empatizando (hasta de lejos) son los ingredientes comunes de las fotos que me gustan a mí, las que me ponen los pelos de punta. Ahí es donde está la magia, como cuando observo el Retrato de la soprano Cochita Badía (Barcelona, 1963), que me convierte en cómplice de su pérdida (cualquiera que sea), haciéndola más soportable gracias a su dignidad. Colita lo entendió y nos lo deja ahí. Nos restriega en la cara emociones tan complejas como esa y que cada uno lo digiera como pueda o como sepa. Es verdad Francesc, Colita es una mujer-niña muy potente.

Conxita Badia. Barcelona 1972 ©Archivo Colita Fotografía

En los años de la Transición española la fotografía era una de las mejores armas para crispar a la censura del franquismo. Ella lo sabía y no tuvo ningún problema en jugar a provocar. Con una gabardina a lo Ingrid Bergman en Casablanca y un banderón español cosido en la solapa, Colita se colaba en el entierro de Franco y haciendo el saludo fascista se paseó por donde quiso. Como decíamos, a ella siempre le gustó pasárselo bien.

La muerte de Franco supuso el boom de la prensa. Los diarios y revistas proliferaron de una manera nunca vista. El nuevo Real Decreto Ley aprobado en el 1977, bajo el gobierno de Adolfo Suárez, proclamó la libertad de expresión: “Quedando derogados o modificados otros artículos referentes a censura, sanciones y secuestros de periódicos”. Parecía que se abría la puerta a los medios hacia la ansiada libertad.

Proclamación del Rey Juan Carlos I. Madrid 1975 ©Archivo Colita Fotografía

Los diarios y revistas vendían miles de ejemplares e influyeron de una manera clara en la ciudadanía. Estaban hambrientas de imágenes y reportajes, lo que supuso mucho trabajo bien pagado para los fotógrafos. A Colita siempre le fue bien. Tenía encargos para realizar reportajes para revistas como Cambio 16 (inspirada en los formatos estadounidenses, como la revista Newsweek); Interviú, que, a pesar de sus portadas de chicas desnudas, ofrecía información general y crítica sobre temas de la actualidad; o Vindicación feminista (primera revista feminista en España), donde se trataban de temas más polémicos referentes a la mujer. Colita trabajaba para todas y tenía una gran cartera de publicaciones progresistas donde escoger.

Portada de la revista Vindicación Feminista. Fotografía de Colita. Barcelona 1978.
Interior de la revista Vindicación Feminista. Fotografías de Colita. Barcelona 1978

Fue un no parar, aunque nadie dijo que todo saliera rodado. Como dijo Colita: “El cadàver de Franco a l’any 77 encara estava calent”, lo que provocó que su libro Antifémina, que realizó con su amiga y escritora Maria Aurelia Casany en un back to back en toda regla, acabara finalmente retirado del mercado y directo a la trituradora. Se dice rápido, pero si te paras a pensarlo un poco el hecho no se digiere tan fácil.

Indagando en Antifémina observo la foto de Mujeres en el Paral·lel (Barcelona, 1965), donde se observa a dos mujeres ancianas (o igual no tanto) en un día cualquiera. Esperan en la calle tras una publicidad gigante que no vemos en su totalidad y en la que se observa el cuerpo de una mujer vistiendo un corsé del cual podemos entrever sus bragas. Sus piernas son enfatizadas por medias de nylon y sandalias de tacón y una de ellas reposa sobre una maleta que parece estar suspendida en el aire. No se consigue descifrar si es un anuncio de medias, maletas o, simplemente, la entrada a una sala, pero ni falta que hace.

La primera lectura es sencilla. Observo la cosificación del cuerpo femenino en contraposición de lo que Pilar Primo de Rivera decía en Misión y organización de la Sección Femenina:

La base principal de los estados es la familia, y por tanto el fin natural de todas las mujeres es el matrimonio. Por eso la Sección Femenina tiene que prepararlas para que cuando llegue ese día para ellas, sepan decorosamente dirigir su casa y educar a sus hijos conforme a las normas de la Falange, para que así, transmitidas por ellas de una en otra generación llegue hasta el fin de los tiempos.”

Esta fotografía, aparentemente sencilla y de un día cualquiera, pertenece a la serie a la que llamó Descuartizar un cuerpo. Qué tremenda eres Colita. ¿En serio? Vuelvo a mirar detenidamente la imagen y comienzo a observar los secretos. Las mujeres parecen cómplices de algo y murmuran entre ellas hasta el momento en que notan la presencia de Colita, la cual atrapa el disimulo de ambas. La primera se lleva una mano a la boca impidiendo que sus labios puedan ser leídos. El gesto de su compañera denota un “shhhh” avisando que están siendo percibidas. ¿Cuántas conversaciones clandestinas habrá habido entre mujeres durante esa época donde muchas de ellas nunca supieron lo que era un orgasmo? ¿Desvelar ese tipo de secretos era una de las posibles razones por la que se decidía triturar libros como Antifémina? Pero a Colita no se la elimina tan fácil. 46 años después el tándem Francesc-Colita revivió el proyecto ampliándolo, mejorándolo y convirtiéndolo en un libro de culto como lo es a día de hoy. El que ríe el último, ríe mejor.

Mujeres en el Paral·lel. Barcelona 1965 © Archivo Colita Fotografía

Tras haber trabajado toda su vida, Colita un día se hartó.

Francesc me explica rotundo: “Cuando ella dijo no, fue no. Nunca más. Yo le dije: a ver, ¿qué quieres decir? Ella me contestó que no iba a hacer ningún retrato más a nadie”. Francesc reflexiona: “Cuando hay decisiones tan tomadas, decisiones fuertes, duras, pero no dramáticas, hay que asumirlas. Colita me dijo que no le montara dramas. Es esto y punto. Se acabó. Es lo que hacen las mujeres fuertes.”

Le pregunto si siente que dejó algún asunto pendiente con ella y Francesc me contesta que se le quedaron algunas fotos por hacerle. Sintiendo que todo lo que había por decir ya estaba dicho y disponiéndome a despedirme, Francesc comienza a hablar de nuevo. Añade: “El otro día, revolviendo papeles, me encontré con un texto de Colita. Nunca supe qué fin tenía ese texto ni lo había visto antes, pero intuyo que lo escribió para una exposición futura. Te lo leo. Es muy cortito”.

Colita escribió:

Queridos mirones. Esta exposición es como un cajón de sastre. O si queréis, un poco de todo. Como en botica. Como don Juan Tenorio, a los palacios subí y a las barracas bajé. Y no dejé triste memoria de mí. Pero sí memoria. Ya que las fotos son nuestra memoria. Por lo menos mi determinado estilo de fotos. En esta exposición no se necesita manual de instrucciones. Porque esto es lo que hay. Sin pretensiones ni inventos. Mi amigo Pepe Baeza ha dicho de mí una gran verdad: Colita hace realmente lo que le da la gana. Lo cual me convierte en una súper privilegiada dentro de mi profesión. No soy la mejor, pero os aseguro que probablemente la que se ha divertido más. A estas alturas de mi vida y con 45 años trabajando de trapecista sin red, he colgado las cámaras por estar hasta el moño. Porque no hay nada ni nadie en la actualidad que me ponga caliente. Pero como suelo hacer lo que me da la gana, igual mañana me pongo a montar un magnífico reportaje sobre banqueros en la cárcel. Pero no prometo nada. Gracias por mirar”.

Colita nos ha enviado un texto. Estas curiosidades…”, dice Francesc.

Una vez más Colita jugando con nosotros y dejando constancia de manera clara y sencilla que la mejor fotografía (o la que realmente trasciende) no necesita tanto ingrediente. O al menos eso es lo que yo pienso.

Gracias, Francesc. Gracias, Colita.

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