Conciertos contra la lógica del capitalismo

por | 3 febrero 2025 | Conciertos

Casi tres cuartos de hora de alaridos y proclamas flotando sobre quejidos electrónicos y sacudidas de electricidad estática. Una puesta en escena minimalista y teatral. Un compromiso insobornable con su discurso estético. Lydia Lunch y Marc Hurtado volvieron a  Valencia el pasado jueves 30 de enero para reivindicar el legado de Suicide. No les faltó convicción, pero el tiempo no pasa en balde

Dos micrófonos como si fueran un púlpito dominaban el escenario. A la derecha habían colocado  un atril con las letras impresas y una lamparita que Lunch  encendió en varias ocasiones para consultar alguna cosa. Detrás se habían puesto una silla roja que le sirvió de refugio para descansar o  para huir del primer plano. En una segunda línea, algo más retrasada y  escorada a la izquierda,  estaba preparada  la mesa de mezclas y otro micrófono. Pasadas las nueve y veinte empezó la función.

Gritos y advertencias. Contorsiones y aspavientos. Oraciones y exabruptos. Lydia disparaba sus versos sobre los sonidos metálicos que Marc ofrecía desde la retaguardia. Todo parecía pensado para explicitar desasosiego. Era música ruidosa, oscura y  doliente, la respuesta visceral a un malestar heredado sin conexiones explícitas con estos tiempos de tecnoautoritarismo viril. Lunch declamaba con convicción mientras Hurtado inyectaba energía. No se miraban, no había diálogo, cada uno a lo suyo. La americana cantaba aferrada a los dos micrófonos y el francés manipulaba sonidos mientras  gritaba, gruñía, sumaba su voz a la canción, se golpeaba el pecho, hacía aspavientos o se enrollaba el cable del micro en el cuello. Todo puro simulacro. Las mezclas de textura industrial  tenían  poco que ver con los teclados esqueléticos que Martin Rev inventó para Suicide. Se nos hizo muy difícil identificar los temas, ni siquiera clásicos como Ghost Rider, Rocket USA o Frankie Teardrop.

La respuesta del público fue tímida a pesar de la coartada arty de la cita. En su currículum  ambos artistas atesoran un buen número de conexiones rutilantes: Sonic Youth, Nick Cave, William Burroughs, Virginia Despentes, Gabi Delgado, Genesis P- Orridge, Pascal Comelade o Michael Gira. Capital cultural suficiente para compensar la falta de material discográfico propio. No lo percibió así el público. Con todo, no faltó entre los asistentes la pareja de franceses con pinta de leer Les Inrockuptibles, los despistados que terminan en líos como este sin saber cómo llegaron allí, los curiosos, los leídos, los cincuentones con camisetas de Bauhaus, Elvis o The Sisters of Mercy, el ex crítico musical que vuelve a una sala de la ciudad después de mil noches de exilio o ese roquero local que ha decidido que es la noche para vestir su cinturón de remaches metálicos. No hay futuro ni edad para el punk.

Todo pasó rapidísimo. En un momento la cantante fingió incomodidad y abandonó el escenario para refugiarse en un rincón de la sala. Allí quedó su compañero encargado de cerrar la performance. Lo que tenía que producir estupor dio bastante igual,  parece que llevan tiempo terminando los shows de esta forma tan particular.

Que una propuesta tan alejada del mainstream y de planteamientos económicos basados en el beneficio encuentre acomodo en la oferta privada habla mucho del riesgo y el amor por la música de algunos promotores. Convendría no olvidar su función esencial en la difusión del arte y de la cultura. Qué bien poder celebrar treinta años de Tranquilo Música. Cuántos conciertos chulos hemos disfrutado gracias a ellos. En eso iba pensando de vuelta a casa cuando me pareció que daban las diez en un campanario lejano. Había pasado tanto tiempo desde que aquella No Wave fue vanguardia. Habían pasado tantas cosas.

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