Alcanzar la cumbre de una trayectoria en un decimotercer álbum es una empresa difícil. No ha sido así para Damien Jurado, maestro a la hora de conectar con nuestro lado más vulnerable, que tras defender un discurso bastante tradicional en la segunda mitad de los noventa, viene demostrando un talento visionario y poliédrico en la fase más madura de su carrera.
Damien Jurado, que debutó en Seattle, la ciudad en la que surgió el grunge en los 90, se mantuvo fiel a sus composiciones acústicas y frágiles; artífice de estremecimientos exquisitos ajeno al estruendo de bandas que iban y venían. Pero no fue hasta el estallido del folk de los últimos tiempos cuando alcanzó el reconocimiento. Sin embargo, él dice que siente más un crooner que un cantautor al estilo de Woody Guthrie.
Con Visions Of Us On The Land (2016) proclama una espléndida invitación a la libertad. Ya desde una portada que nos presenta un coche accidentado, un mar tumultuoso, una morsa gigante y platillos volantes; un delirio que podría haber servido para un vinilo de jazz cósmico de los años 70. Es el anuncio de una serie de canciones que denotan una inspiración torrencial. Acompañado por guitarras con reminiscencias españolas, Jurado plantea una búsqueda artística y espiritual, que se refleja en las vivencias del personaje que hace el papel de alter ego del artista en sus últimos discos.
Como dice el mismo artista, Brothers And Sisters Of The Eternal Sun (2014) retomó la identidad desmemoriada del protagonista de Maraqopa y la tradujo en la parábola de un hombre que sale de su casa para no volver jamás, abandonándolo todo, incluso a sí mismo, para dedicarse a la búsqueda. Una suerte de cuento evangélico experimental, de liturgia vanguardista, en la que aflora una vena quebradiza cercana a Bon Iver, expresada en la dulzura de “Silver Katherine” o en los ecos de jazz setentero que recubren las canciones en las que cobran más importancia los arreglos (“Silver Timothy” o “Magic Number”).