Al escuchar a Dayna Kurtz nos sentimos apuñalados por su poderosa voz. Una diosa ancestral cuyo timbre parece provenir de las profundidades del tiempo, como si en rincones remotos de su garganta resonaran ecos selváticos y plegarias olvidadas. Evoca el jazz y el blues más clásico, desvelando su fascinación por figuras como Billie Holiday, que supieron verter su llanto hacia dentro.
A través de discos como «Postcards From Dowtown», «Love Gets in The Way» y «Beautiful Yesterday», que incluía una hermosa composición de Duke Ellington grabada a dúo con Norah Jones, esta artista de New Jersey trazó un cancionero que conjuraba las más centelleantes intuiciones del jazz, el folk y el pop. Pero no sentíamos únicamente correr la lava en el torbellino de su voz, sino que el torrente de fuego alcanzaba unas composiciones propias que, con autenticidad desarmante, reformulaban el legado más clásico.
Esta inspiración también se transfiguraba en unas letras de marcada vocación poética tocadas por el ascendente lunar de Leonard Cohen. Era de esperar que una artista que sentía con tanta intensidad la tradición musical americana, llevara a cabo un disco de versiones. Así surgió en 2009 «American Standard», en el que recorría con su peculiar sensibilidad el patrimonio folk gestado en los montes Apalaches, así como los logros más oscuros del country y el rockabilly primigenio. Dayna demostró que es una de esas raras artistas que sabe que para mantener vivo un canon hay que infectarlo con las huellas de la propia sensibilidad.
Entre sus referencias musicales siempre afirmó que se entrelazaban Ray Charles, Little Richard o Stevie Wonder, pero ante todo se imponía el influjo poderoso de Nina Simone. Una figura incomparable que dijo que el jazz era un concepto que habían inventado los blancos para hablar de la música que hacían los negros. Simone consideraba que lo que ella hacía era música clásica negra.
Para ajustar cuentas con esta tradición, Dayna grabó en 2012 «Secret Canon Vol.1″, una meritoria continuación de su labor de arqueología musical. La cantante devuelve a la vida, a través de una mágica alquimia, gemas y venenos, composiciones poco conocidas del jazz y r&b, sobre todo de los años 50 y 60. La artista enciende luces, descubre objetos preciosos sepultados, devuelve la brillantez a óleos oscurecidos. Estremece «Do I Love You» de Floyd Dixon con un latigazo de erotismo, y hace relucir «Don´t Fuck Around With Love», de Claude Demetrius, un artista que puso su talento al servicio de luminarias como B. B. King o Louis Armstrong, como si perteneciera al mismísimo Ray Charles. Recupera una de las composiciones menos conocidas de Nat King Cole: «If Yesterday Could Only Be Tomorrow». Pero también hace suyas piezas populares extraídas de las entrañas del viejo sur: su voz suena como la de un habitante de la luna en «Sweet Lotus Blossom», un canto a los hechizos narcóticos de las drogas compuesto en los años treinta. Una canción con polvo en los ojos y fantasmas en las venas.
Desempolva figuras olvidadas como Mable John, una de las coristas de Ray Charles, y la primera cantante contratada por la discográfica Motown. Una artista al nivel de Etta James o Irma Thomas, pero que, lamentablemente, no llegó a dar el gran salto. Da al talento de esta artista y al de otros músicos que sacaron discos maravillosos y después desaparecieron, la posibilidad de llegar al público actual.
Ahora nos presenta «Secret Canon Vol.2», que continúa este rendido homenaje a la música negra, recobrando otras rarezas. Apropiándose de la elegancia de Sarah Vaughan y del arrebato de Bessie Smith, Dyana vuelve a ejercer a la perfección el papel de nigromante, haciendo fermentar la magia de unas músicas de leyenda en «One More Kiss».
Amortigua con su voluptuosa dulzura la crudeza del original de Johnny «Guitar» Watson, y hace estallar otra vez el Vesubio en la brillante «I Look Good in Bad». Con un gospel desgarrado nos transporta a Nueva Orleans, la ciudad donde vive en estos momentos, crisol de razas y culturas del que emergió el jazz. El origen de una corriente tumultuosa que, en su voz, todavía se revela fecunda.
Foto: Merri Cyr