Tiene que haber otra Norteamérica para no perder la esperanza. Deberíamos estar juntos y sumar esfuerzos para defendernos de los zarpazos. Son malos tiempos para la lírica. En el fin de semana en el que nos echamos a la calle para condenar otra vez las atrocidades del ejército israelí y de sus dirigentes políticos llegaron The Delines a Valencia con la intención de pintar de belleza la noche del domingo 5 de octubre. Dieron un concierto tan conmovedor que cuando se desvaneció la estela de las últimas notas nos costó reaccionar. Esa última pieza cantada por toda la banda sobre una mínima base de teclados nos sobrepasó como un abrazo inesperado.
Era la última actuación de la gira europea y Amy Boone se encargó de recordarlo. Con una copa de vino en la mano decidió que tocaba pasarlo bien. Dicen que Willy Vlautin aparcó a los Richmond Fontaine y apostó por The Delines por su manera de cantar. No se equivocó. No solo es que tenga una voz especial, es que llena el escenario con su expresividad y su facilidad para conectar con la audiencia. Sobre las tablas desprende complicidad, magnetismo y verosimilitud. Sus bailes lentos, la forma en que mueve las manos, sus gestos y su simpatía consiguen dominar la situación sin aspavientos. En algún momento del set nos recordó a Beth Gibbons y esos liderazgos naturales. Se la vio siempre desenvolverse con la seguridad de las que se saben respaldadas por unas canciones notables y una banda extraordinaria.
Guitarra, bajo , batería y trompeta y teclados, el quinteto funcionó con una claridad, un equilibrio, una nitidez y una excelencia en la ejecución que nos llamó la atención desde el primer momento. Cada instrumento tuvo la oportunidad de expresarse sin intromisiones. El trabajo desde la mesa de sonido se notó. Todos tuvieron su espacio y su tiempo para los detalles: punteos de guitarra cuando convenía, coros certeros, líneas de teclado de sabor vintage, ritmos sobrios o con algo de groovy y una batería respetuosa y eficaz. De cuando en cuando el teclista sumaba también la trompeta para insuflar intensidad a las melodías y reforzarlas con adornos certeros. Tampoco faltaron momentos más cinemáticos donde utilizó esos vientos para crear atmósferas y texturas crepusculares. Ver tocar a Cory Gray ambos instrumentos fue todo un disfrute, menuda capacidad para dar lustre a las composiciones. Sonaron impecables.
Los norteamericanos arrancaron con Little Earl como si quisieran poner el listón muy alto. Buena parte de la casi hora y media que duró la actuación la dedicaron a repasar casi todos los cortes de Mr Luck & Ms Doom (2025) y recuperar algunos momentos estelares de anteriores trabajos. Traían un setlist muy pensado para mantener nuestra atención. Las composiciones más dinámicas se alternaron con pasajes melancólicos e introspectivos. La cosa funcionó y la complicidad entre el público y la banda fue creciendo.El silencio entre canciones fue total. Solo cuando el ritmo de la partitura lo permitió nos permitimos algún baile ligero y algún balanceo.
En un momento dado, Amy nos contó sus planes para dejar zapatos fuera de la maleta y llevarse algunas botellas de vino español. Cuando nos informó que regresaban a EE.UU. después de semanas recorriendo Europa hubo un murmullo en la sala. Era como si volvieran a territorio hostil. Portland es una ciudad muy bonita; nos confesó a modo de excusa. Los Estados Unidos de Trump no lo están poniendo fácil. El sueño americano está averiado y da miedo. El final de la actuación nos dejó medio ensimismados. Estábamos tan a gusto. Fue una de esos encuentros que tardaremos en olvidar.