Pocos compositores nacionales pudieron hacer sombra al Quique González de la primera mitad de la década de los 2000. Entre 2001 y 2005, el madrileño confeccionó una tetralogía magistral con ‘Salitre 48’, ‘Pájaros mojados’, ‘Kamikazes enamorados’ y ‘La noche americana’ que lo convirtió en página imprescindible de la historia de la música popular española del siglo XXI. La gira que lo acercó a la sala Moon de Valencia, el pasado viernes 1 de marzo, constituyó la celebración de 25 años de carrera del compositor.
Con todo vendido desde hacía semanas, un público hacinado y sin posibilidad de transitar a los baños ni a las barras, algo demasiado habitual en el local del Grupo Salamandra (transatlántico del empresariado nocturno valenciano) cada vez que cuelgan el sold out, vibró con un repertorio total de 25 temas divididos en dos partes bien diferenciadas. González ocupó la primera hora y cuarto del show en rememorar al completo ‘Salitre 48’, álbum de 2001 que lo lanzó como uno de los escritores de folk rock más valorados de los 2000.
‘Salitre’, ‘La ciudad del viento’, ‘El rompeolas’, ‘Ayer quemé mi casa’ o ‘En el disparadero’ sonaron a coro entre los más de ochocientos asistentes. Mención especial para ‘Tarde de perros’, en homenaje a Enrique Urquijo, y ‘De haberlo sabido’ tras la que comenzaron las declaraciones de amor eterno del público al cantautor a grito pelado. Antes de la conclusión de la primera parte, González presentó a la banda, poniendo especial atención en su batería de confianza, el valenciano Edu Olmedo (ex Señor Mostaza), aclamado por su afición.
Tras la pausa para tomar aire, el madrileño abordó algunos de los éxitos del resto de su amplia discografía como ‘Nadie podrá con nosotros’, ‘Pájaros mojados’ o ‘Kamikazes enamorados’, y versionó ‘A la media luna’ de Santiago Auserón, dejando para el cierre final ‘La casa de mis padres’, dedicada a su sobrina Jimena que cursa estudios universitarios en Valencia, y cerrando con ‘Vidas cruzadas’, punto culminante de excitación popular, sin olvidar mencionar la inmensa labor de sus técnicos y equipo personal de la gira.
Es imposible poner un pero a un concierto de Quique González, el grueso de su repertorio no tiene fisuras y sus directos son máquinas bien engrasadas que transportan a la comunión perfecta con sus parroquianos. Ojalá Valencia contara con una sala de conciertos para mil personas en la que sus dueños no contabilizaran un altillo superior insonorizado como aforo disponible para directos y donde los privilegiados asistentes allegados al personal del local de la calle San Vicente 200 no tuvieran que acceder a los baños desde una puerta de la fachada, anexa a la principal, que rodea la barra central por un corredor interior. Es inviable lograr la categoría internacional de Music City cuando el gran empresariado del ocio nocturno valenciano trata al público como carne de corral.