Jay Jay Johanson y la victoria del crooner

por | 21 febrero 2024 | Conciertos

Arrancó Mister Johanson con el So Tell The Girl That I am Back in Town y muchos nos estremecimos como si el agua helada corriera de repente por nuestra espalda ¿Y si Gil de Biedma estuviera equivocado y nosotros los de entonces aún siguiéramos siendo los mismos. Más ajados, con más temores y cicatrices, con más dudas y con algunas ilusiones intactas, pero no muy diferentes a lo que fuimos cuando internet era una utopía en ciernes y la vida adulta un precipicio? ¿Y si ahora resulta que no todo se perdió en el fuego como advirtieron Low?

Permítannos que empecemos por el final porque el creador de Whiskey (1996) traía escondido en la manga un último número de magia que iba a desatar la euforia. Para el adiós definitivo recurrió al My Way en la versión de Sid Vicious. Esa declaración de principios que funde la elegancia y la mugre fue definitiva. Jay Jay cantaba sobre la voz del Sex Pistol y nosotros aplaudimos con euforia. Él nos reconoció el cariño dando la mano entre sonrisas y nosotros le agradecimos la entrega y todo lo que habíamos disfrutado. Había conseguido que el Loco Club enmudeciera y que oliera a garito de jazz de la Francia de entreguerras, a lounge de hotel en una ciudad nevada, a la lluvia lenta de los otoños de Bristol, al humo de los cigarrillos del cine negro, al alcohol de alta graduación de muchas metáforas malas, a pequeñas victorias, a ocasiones perdidas y hasta a cierto optimismo dance de cuando las hipotecas subprime aún no lo habían intoxicado todo.

Fue una genialidad terminar así y una temeridad arrancar con una de sus canciones más emblemáticas. El cantante de Trölhattan tenía un plan arriesgado. A la derecha su único compañero de aventuras se encargaría de los coros enlatados, de los beats y las bases, de las músicas pregrabadas y de insuflar con el piano aliento orgánico a unas canciones que quedarían a merced de sus capacidades vocales. El vacío escénico lo suplirían con audiovisuales con olor a nostalgia en blanco y negro. La idea era crear una atmósfera íntima, sobria, crepuscular, romántica, vulnerable y de distancias cortas que compensara la falta de una banda de acompañamiento. Si la voz no estaba a la altura todo se vendría abajo.

El público andaba agitado, con mucha gente que se reconocía y saludaba después de tiempo sin verse. El nórdico apareció con un vaso en la mano del que apenas bebió, se acomodó tras el micrófono y se preparó para contarnos confidencias. Desde la distancia apenas se le intuía el paso del tiempo. Rubísimo, delgado, vestido con camisa y pantalón ancho en tonos oscuros y zapatillas de deporte pudimos comprobar que hay personas que irradian elegancia. Después de los escratches y las primeras insinuaciones melódicas arrancó a cantar y se encendió el sismógrafo de los terremotos sentimentales. Aquella voz dulce y bien modulada, aquel ritmo cadencioso perforaban nuestra piel como si fuera mantequilla. ¿Cómo podía cantar tan bien?

Tiene el sueco una dilatada discografía y un trabajo excelente publicado hace unos meses, Fetish (2023), al que recurrió en varios momentos. Para este reencuentro feliz optó por muchos de sus temas más celebrados. Hear Somebody Whistle, Everything I Own, You´ll Miss Me When I´m Gone, On The Radio, It Hurts Me So, Milan, Madrid , Chicago, Paris. Tiene tantas. Qué emocionante resultó descubrir lo bien que dialogaban esas canciones con lo que somos ahora y con lo que recordamos de entonces. En un mundo tan polarizado como el nuestro, donde los consenso son percibidos por muchos como traiciones, coincidir en que habíamos visto un concierto excelente fue casi un acto de rebeldía. El crooner que volvió a la ciudad después de tanto tiempo había conseguido ponernos de acuerdo. Esa fue su victoria.

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