Cuando en 1902 la policía zarista publicaba en Rusia el libelo antisemita “Los Protocolos de los Sabios de Sion”, tenía como objetivo justificar los diversos pogromos, esto es los linchamientos y asesinatos indiscriminados que sufrían los judíos a lo largo y ancho del Imperio Ruso. Las matanzas de judíos eran así justificadas como reacción a un supuesto complot judeo-masónico-marxista, en el que unos sabios judíos y masones, comprometidos con el movimiento socialista, conspiraban para controlar la economía mundial a costa del empobrecimiento del resto de la población no judía.
La enorme simpatía que entre la población judía rusa tuvo la revolución bolchevique, y el origen semita de la práctica totalidad de los dirigentes comunistas, comenzando por los mismísimos Lenin y Trotsky, no hizo mas que reforzar el discurso antisemita de la derecha europea. Mientras en Alemania, Adolf Hitler utilizará Los Protocolos para fundamentar su infame y sanguinario movimiento político, será el magnate de la industria automovilística estadounidense, Henry Ford, quien, realizando una inversión millonaria, lo editará en diversas lenguas, siendo también el editor en 1920 de un infame libro titulado El judío internacional, convirtiéndose en el principal aliado político y económico internacional del partido nazi.
Hay que recordar que en Occidente, durante la Edad Media, se propagó el odio religioso contra el pueblo judío, injustamente acusado de la muerte de Cristo y de todos los males que acechaban a la humanidad: enfermedades, guerras, malas cosechas… Con el tiempo, estas acusaciones evolucionaron hacia el odio racial. A los judíos ya no se les marginaba por la religión que profesaban, sino como raza a la que cabía segregar, apartándola de oficios y profesiones que permitieran escalar posiciones en la escala social, quedando algunos relegados a profesiones y negocios urbanos y accediendo otros al mundo de la ciencia y las artes. Tantos siglos de persecución llevaron a que la condición de judío no abriera muchas puertas en la música, aunque paradójicamente, el tener dicha ascendencia era lo que les facilitaba el acceso a la misma.
El listado de músicos de origen judío es increíblemente extenso. Fue el año pasado cuando uno de ellos, judío de la música popular por autonomasia, se sumó a ese 20% de premios Nobel con la misma ascendencia: Bob Dylan. Su apellido original Zimmerman, deja claro su origen semita, aunque de vocación laica. Vinculado desde sus primeros pasos como cantante y compositor al barrio neoyorquino de Greenwich Village, sus orígenes judíos le permitirán, introducirse en el ambiente vanguardista y de izquierdas del Village, donde una gran parte de los artistas, intelectuales y productores serán judíos también. Este ambiente, llevará a Bob Dylan a estar rodeado desde el principio por lo más granado de la izquierda de los EE.UU., facilitando así su entrada directa en el mundo del folk, y sus primeras grabaciones y escritos para la revista Broadside y la productora Folkways, dirigidas ambas por un par de comunistas judíos.
No tan conocida es la importancia que en The Beatles tuvo el judaísmo, a través de la persona que los descubrió y lanzó a la fama, Brian Epstein. Con un apellido absolutamente identificable, Epstein regentaba la tienda de discos más importante de Liverpool, lo que le permitió conocer a The Beatles y descubrir su potencial gracias a su ingenio y determinación.
Volviendo a Norteamérica, que es donde realmente más ejemplos existen, encontramos a Simon & Garfunkel. Ambos crecieron y se educaron en una colonia judía del barrio de Queens en New York, llamada Kew Gardens Hill, orígenes a los que harán referencia en su álbum Bookends, donde Art Garfunkel registrará testimonios de inmigrantes judíos desde New York hasta Los Ángeles, colaborando con la organización United Home for Aged Hebrews.
Probablemente el músico judío que más ha ejercido de tal, ha sido el canadiense Leonard Cohen. Que muchas de sus canciones tengan la religión como tema recurrente, no resulta extraño, teniendo en cuenta que fue en la Sinagoga de Montreal donde el autor de Suzanne, aprendió a cantar. Cohen quiso mostrar su gratitud en su último disco, haciendo que participara el coro masculino del templo judío de su ciudad natal en dos temas, con letras que recogen la liturgia hebrea.
Un caso menos conocido es el de Lou Reed, nacido en el seno de una familia judía de Brooklyn, de apellido Rabinowitz. Sin embargo, y a diferencia de Cohen o Dylan, el misticismo o la religión no serán centrales en su obra, tal vez porque siempre afirmó que su único Dios era el Rock and Roll. Algo similar ocurrirá con una extensa lista de artistas, como Joey Ramone de apellido real Ross Hyman, que ejercerá más de comunista que de judío, y otros músicos como el guitarra de Blondie, Chris Stein; Carole King, Billy Joel, Carly Simon, David Lee Roth; los miembros de Kiss, Gene Simmons y Paul Stanley; Beck; Amy Winehouse; los miembros del grupo de rap Beastie Boys. Músicos todos ellos cuyo punto de unión serán sus orígenes judíos sin que ello haya marcado aparentemente su obra.
Curiosamente, pocos músicos de origen judío se han visto envueltos en polémicas respecto a Israel y su régimen de Apartheid contra la población palestina. Mas bien han sido otros grupos de origen no judío los que las han protagonizado, tal y como hizo Radiohead el pasado verano, cuando actuaron en Israel y desoyeron el llamamiento de “Artists For Palestine UK” que defiende el boicot a Israel hasta que cese la violencia y la brutalidad contra los palestinos, como ya se hiciera con la Sudáfrica del Apartheid blanco. Lo cierto es que existen muchos judíos que quieren que su historia de siglos de discriminación y genocidio sirva, no para la venganza, sino para un mundo de fraternidad y la paz, en la que la música y la cultura silencien para siempre a las armas.
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