Nacido en 1952 en Cataluña, Kiko Veneno creció en Andalucía. De joven quedó subyugado por Frank Zappa y Bob Dylan: influencias que muchos considerarían irreconciliables y que nos hablan ya del camino que seguiría el cantante. En los años 70 con el grupo Veneno se atrevió a contemplar el blues y el rock desde las celosías del flamenco. A pesar de que el disco pasó casi desapercibido en su momento, marcó uno de los momentos más significativos de la historia de la música en nuestro país. Posteriormente participó en otras revoluciones: Camarón de la Isla hizo historia con La leyenda del tiempo (1979) popularizando su rumba «Volando voy».
A comienzos de la década siguiente fue regidor de la llamada Gira histórica que aunó justamente a Camarón, Silvio, Pata Negra, Tabletom y María Jiménez. Y, para escándalo de puristas, continuó en su empeño de borrar las líneas que separaban el flamenco, el rock y la rumba; enfermando unas fronteras que jamás volverían a ser vistas del mismo modo. También imprimió a la copla un giro libertario y descarado en sus colaboraciones con Martirio. Pero no fue hasta 1992, cuando con Échate un cantecito le llegó la popularidad, escribiendo con temas como «Echo de menos», «Lobo López» o «En un Mercedes blanco» la memoria sentimental de todo un país. Canciones emocionantes llenas de la absurda poesía de lo cotidiano.
Su hambre como compositor le llevó a esquivar los cepos de la celebridad, fue uno de los primeros artistas en autoeditarse, mostrando un ánimo inquieto que se manifesta en los logros de Dice la gente (2010) y que le ha conducido a confiar en el reciente Sensación térmica en las alquimias de Raül Fernandez «Refree», un investigador del sonido experto en convocar texturas musicales siempre excitantes. Desde la producción, el de Figueres teje un entramado sonoro en el que enreda primorosos arreglos en los que los vientos, las cuerdas, las guitarras y la percusión conspiran para hacer relucir todavía más su versatilidad. Colores y matices que estallan en una diversidad caleidoscópica y sorprendente: «La vida es dulce» es una arrebatadora pieza de artesanía pop, «Los planetas» se despereza traviesa y juguetona, aires de bolero nos esperan en «Sólo con palabras», y «Babú» se precipita en una inesperada fusión infectada por la electrónica.
Una búsqueda de nuevos continentes sonoros, sin perder personalidad, que el hermoso collage de la portada parece anunciarnos. El resultado es la feliz integración del mundo sonoro de Veneno, la impronta rítmica que define a la música de Andalucía, en la exuberante imaginación mediterránea. La voz de Sílvia Pérez Cruz dota de intensidad «Namaste». La rumba de «Sabes o no» se ve sacudida por guitarras sombrías y una percusión poderosa; y «Malagueña de San Juan de la Cruz» está herida por un inusual propuesta lo-fi. Pruebas de la disconformidad de un artista que brilla todavía más como letrista, volcando su ingenio en malabarismos de palabras que nos vencen, convirtiéndonos en cómplices.
Kiko Veneno sigue vigente: ácido, romántico y divertido. Señala con una sonrisa las miserias y alegrías de todos los días al tiempo que nos entrega un manojo de canciones capacitadas para satisfacer a sus seguidores de siempre y atraer a aquellos que se acerquen a su mundo por primera vez.