En los estertores del franquismo nace la banda más macarra e infravalorada de la escena musical estatal. Cuando los ingleses aún no intuían el prefabricado punk de los Sex Pistols y en Nueva York los Ramones aún eran meros gamberrillos de barrio, en la periferia barcelonesa surgían nuestros Stooges. El primer grupo punk del estado español: La Banda Trapera del Río.
Malditos durante toda su existencia, una de las bandas más incomprendidas de la historia musical de este país, devinieron con el paso de los años en una de las formaciones musicales de culto más respetadas. La historia comienza en Barcelona, más concretamente en el barrio de Ciudad Satélite/San Ildefonso de Cornellá del Llobregat, un enclave habitado en su mayoría por inmigrantes andaluces donde crecieron los traperos. Hartos del aburrimiento general que reinaba en la ciudad condal, que no era otro que la nova cançò y el jazz-rock layetano, Morfi Grey (voz y guitarra), Tío Modes (guitarra), Jordi Pujadas «El Subidas» (bajo) y Raf Pulido (batería) deciden montar el grupo, casualmente un poco antes de que el fenómeno punk británico asustara al mundo en 1977. Entre finales de ese año y todo el siguiente, de la mano de la agencia de management Cuc Sonat que quería meter en Barcelona la “fiebre punk” que estaba rompiendo moldes, primero en Inglaterra y luego en el resto del mundo, recorrieron toda Cataluña demostrando en sus directos que eran los mejores de todo el paquete de grupos que llevaba dicha agencia. Por aquel entonces empiezan a ofrecerles contratos discográficos, pero les obligaban a cambiar la letra de sus canciones por lo que deciden pasar de todo. Al final no les quedo más remedio que fichar por el sello Belter, que sobrevivía gracias a las ganancias generadas por cantantes como Manolo Escobar o Víctor Manuel y que, por aquel entonces, fruto de una transformación en discográfica independiente, editaba los discos de grupos relativamente desconocidos como Los Burros y los primeros Burning. Así pues, casi un año más tarde de su grabación, publicarían el single «La Regla/Rock Cloaca» (Belter, 1979) y el LP homónimo «La Banda Trapera del Río» (Belter, 1979) en un intento imposible de introducirse en un mercado que, social y políticamente, no estaba preparado para asumir mensajes tan crudos como los expedidos desde el comité trapero.
“Máma, máma, que tengo miedo/Máma, máma que tengo sangre” berreaba a alarido limpio Mofi en los primeros segundos de esa cruda anunciación del menstruo que es “La Regla”. Un redoble daba paso a cuatro emponzoñados minutos de pesado rock ácido setentero, entroncado en los primeros Stooges. Cultivando premeditadamente el mal gusto y con una voluntad inequívoca de provocar, “La regla” era un perfecto eslabón perdido que dejaba al descubierto lo fuera de lugar y de espacio en el que se hallaba la Trapera. Como siempre en estos casos, demasiado punk para los heavys y demasiado heavys para los punk; ciertamente habían sido adoptados por la izquierda exquisita de la prensa, pero su mundo estaba más próximo al Torete, al currante, el navajero y el perro callejero. La Banda Trapera del Río escupía instantáneas de sucio neorrealismo en letras escritas a bocajarro que, en ocasiones se pasan por alto debido al fragor musical, pero que desatan lo más puro que había en ellos, lo que de verdad les hacía sustanciales y genuinos. Descarnados y desencantados mensajes despachados desde el extrarradio que rompían con los tópicos para transcribir una realidad cotidiana de las periferias urbanas, que hasta entonces nadie había maldecido tan explícitamente. Sin proponérselo, la canción revuelta trapera había escrito el manual de estilo de la literatura punk estatal y del rock radikal, capturando el rechazo antisocial de toda una generación de inadaptados forzosos. Canciones como “Nacido del polvo de un borracho y el coño de una puta”, “Curriqui de barrio” , “Ciutat podrida” o “Venid a las cloacas” bebían directamente de todo ese mundo de podredumbre y desesperanza que se cocía en la superficie de los barrios obreros; todo ello aderezado con extenuantes riffs guitarreros directamente emparentados con Ted Nugent, Led Zeppelin, Black Sabbath e incluso Lou Reed. La crudeza de las guitarras estaba a la altura del guión, ni por casualidad se encuentra rastro de aquella actitud cool que lucían varias de las luminarias sajonas del punk, y que al cabo del tiempo les privaría de regularizar mínimamente su escuálida carrera.
En 1981, y tras una breve separación, La Banda Trapera del Río grabarían un segundo LP, «Guante de Guillotina» (Munster, 1993), que no fue editado hasta doce años más tarde. En este nuevo trabajo las drogas, el sexo y la vida en los suburbios siguen copando la temática de casi todas las canciones, pero esta vez tratadas bajo el prisma de poética decadencia y abstracción propia de los poetas simbolistas franceses. La Banda Trapera había crecido, tanto en el interés de Morfi por escritores como Baudelaire y Rimbaud, como en el aspecto instrumental; el énfasis se depositaba en un rock & roll metalizado con ricas aristas, incisivo, conciso y contemporáneo, sin arrastrar tantos tics progresivos pero sonando más potentes que nunca. El disco suponía una tardía crónica de nihilismo adolescente en manos de una banda más madura, consciente de cómo gestionar su potencial. “El saco”, un nuevo himno de desarraigo social; “Tu pistola no me mola”, afilada oda al quinqui armado; o “A mi dosis”, puñalada en plena arteria de la que manan vívidos delirios de yonqui; son algunas de las piezas que conformaban ese gran disco que podía haberles colocado en el primer peldaño del hard rock estatal y que, sin embargo, acabó desvaneciéndose en la oscuridad del tiempo.