La Valencia de Ferran Torrent. La del tranvía a la Malvarrosa. La que recupera con éxito la literatura de Rafa Lahuerta. La ciudad subterránea de Manolo Rock. La de Cambrers y Tapinería. La de las noches interminables de la ruta. La de los miles de muchachos con chaquetas de cuero y algunos imperdibles. La de los guitarrazos intrépidos de Garage y los conciertos míticos en Arena. La de los pelos cardados, hombreras y glamour. La del Velvet, las adidas Gazelle, el Gurú y el Rocafull. La de los excesos, las burbujas, la fórmula 1 y el caloret. La de Caballito de Mar y el remember. La del Long Track y Le Club. La de la Gran Recesión y el Nou Mestalla. La del Maga y la Resi. La de Roto y la 3. La de los pisos turísticos, los patinetes y los turistas low cost. La gran urbe del siglo XXI esconde en sus pliegues los restos de una geografía sentimental que convendría no perder definitivamente porque nos explica y nos ofrece argumentos para dibujar nuestro futuro. Valencia no se acaba nunca pero olvida con demasiada ligereza.
Desde el pasado 6 de febrero y hasta el 4 de mayo el espacio de exposiciones del Col.legi Major Rector Peset, en la Plaça Forn de Sant Nicolau de Ciutat Vella, recupera parte de la escena cultural alternativa de la Valencia de los noventa. En las paredes de la sala encontrarán entradas de conciertos, artículos de periódico, discos y cds, revistas, ejercicios de diseño gráfico, fanzines, cómics, carteles de presentaciones, de exposiciones, de actuaciones, de actividades en espacios culturales alternativos y proyecciones con algunos de los implicados. Se trata de una constelación de lugares, creadores e iniciativas que tejieron una geografía de lo alternativo en torno al barrio del Carmen, Extramuros o la Facultad de Bellas Artes. Eran los tiempos antes de Google cuando las redes sociales eran redes afectivas y muchos de esos esfuerzos terminaron materializándose en objetos tangibles. Si se acercan van a disfrutar una urbe ávida por encontrar otros caminos menos transitados. Entonces el futuro era una promesa.
Tanto si estuvieron ustedes cerca de esa marejada como si la visitan por simple curiosidad van a descubrir un montón de iniciativas que florecieron en los márgenes de la cultura oficial, muchas veces de forma autogestionaria y colaborativa. Todas esas manifestaciones enriquecieron el entramado cultural del momento. Algunos de los protagonistas han tenido trayectorias prolongadas, otros se retiraron de la primera línea para bregar con la vida, que no es poco. En la exposición se intuyen continuidades y rupturas. Los materiales expuestos son tan variados que quizás hubiera hecho falta algo más de contexto, una cronología más precisa y una disposición de la piezas más jerarquizada. Se presentan los objetos de una forma tan horizontal que se difumina la relevancia de lo exhibido. Tampoco nos quedó muy claro si estábamos ante un movimiento que abarcó toda la década, como parece sugerir el título, o se dio sobre todo en su primera mitad. Tal vez el catálogo aclare esas dudas.
Disquisiciones subjetivas al margen, recuperar y reflexionar sobre una Valencia casi olvidada es un esfuerzo que merece nuestro reconocimiento. Ojalá la iniciativa sea un éxito y anime a profundizar en el camino inaugurado. Entre los restos de esos años efervescentes encontramos a amigos y conocidos. “Lo que más me llama la atención es como ha desaparecido el papel. La cantidad de flyers, carteles, tarjetas de expos y panfletos que se hacían“, me comenta Chema Lopez, artista y profesor de la Universidad de Bellas Artes de Valencia presente en varios momentos de la exposición. “Fue nuestra alegre juventud”, apostilla con una sonrisa. Difícil no emocionarse con algún reencuentro.