Desde 1957 hasta su muerte en 1986, el japonés Yasuzo Masumura dirigió casi 60 películas que van desde fantasías en las que se entrelazan el horror y el erotismo hasta sátiras pop saturadas de color, melodramas desgarradores o una atípica y prodigiosa cinta bélica. IVAC-La Filmoteca de València programa una retrospectiva que nos acerca a un director impredecible, creador de un mundo gloriosamente subversivo que merece ser reivindicado.
Manji (1964).
En muchos sentidos, la posición de Masumura fue similar a la de directores de Hollywood como Nicholas Ray, Douglas Sirk o Sam Fuller, que la nouvelle vague saludó como autores de primer orden cuando hasta el momento habían sido considerados como meros artesanos al servicio de los grandes estudios. Como paradoja, cuando Japón tuvo su propia nueva ola cinematográfica, los maestros canónicos del cine japonés como Kurosawa, Ozu y Mizoguchi fueron declarados desfasados por los nuevos cineastas rebeldes (Nagisa Oshima o Shohei Imamura). Masumura, en cambio, fue uno de los pocos que elogió esta herencia en lugar de rechazarla.
En 1957, Oshima, que todavía ejercía como crítico, destacó el debut de Masumura, «Besos», como un momento clave para el cine japonés, y lo tomó como punto de partida de su propia carrera cinematográfica. Filmado en un hermoso blanco y negro, es la historia melancólica, sin llegar a sentimental, de un romance entre una muchacha pobre y uno de esos jóvenes airados que irrumpieron en el celuloide de finales de los cincuenta -desde James Dean al protagonista de la polaca «Cenizas y diamantes» (Andrej Wadja, 1958)-. Los jóvenes se conocen mientras visitan a sus padres en prisión, saltan en una motocicleta y se dirigen a la playa en busca de libertad. «Besos» podría parecer ingenua si la comparamos con las propuestas radicales del cine japonés de los 70; pero, en un país en el que los besos en pantalla estaban todavía prohibidos, la película de Masumura fue un soplo de aire fresco.
Este descaro temprano podría tener mucho que ver con el aprendizaje poco ortodoxo de Masumura. Nacido en 1924, estudió filosofía y trabajó como asistente de dirección en Tokio. En 1950 viajó a Roma para estudiar cine en el prestigioso Centro Sperimentale Cinematografico, donde los profesores invitados incluían luminarias como Federico Fellini, Luchino Visconti y Michelangelo Antonioni. Los detalles que conocemos de esta época son pocos, pero Masumura seguramente se nutrió de una gran cantidad de nuevas películas europeas y estuvo expuesto a conocer valores decididamente contrarios a los defendidos por la cultura japonesa. Después de unos años, ya en su país, trabajando con Mizoguchi y Kon Ichikawa, Masumura formó sus propias ideas sobre el tipo de cine que quería hacer. «Mi objetivo es crear una representación exagerada que muestre solo las ideas y pasiones de los seres humanos», afirmó. «En la sociedad japonesa, que está tan reglamentada, la libertad y el individuo no existen. El tema del cine japonés son las emociones reprimidas de los japoneses, que no tienen más remedio que vivir de acuerdo con las normas de la sociedad. Después de experimentar durante dos años en Europa, quise retratar seres tan maravillosamente vitales y fuertes como los que llegué a conocer allí «.
La libertad individual frente a la conformidad que impone el mandato colectivo se convertirá en el tema favorito de Masumura, y lo explorará en una sorprendente variedad de estilos. En muchas de sus películas, parece que selecciona una institución ( la educación, el arte, el matrimonio, etc.) y la reduce a un sinfín de contradicciones morales que al ser diseccionadas se revelan descabelladas. Las mujeres fueron a menudo el foco de estas luchas; mujeres que, al tratar de ser fieles a sí mismas, pueden ser sometidas a agonías absurdas. El resultado es una visión panorámica de un Japón moderno que se esfuerza por liberarse de las limitaciones de su pasado imperial para afrontar el papel preponderante que le depara un futuro globalizado.
En 1958, «Gigantes y juguetes», muestra los mecanismos depredadores del «marketing» con una lucidez que provoca el pasmo. Lo que comienza como una sátira ágil y colorida de la competitividad entre 3 grandes productoras de caramelos termina como una viciosa lucha por el poder en la línea de «Chantaje en Broadway» (1957). Girando al melodrama, «The Precipice» combina la delicadeza y el manierismo visual de Douglas Sirk con un dilema similar a «Touching the Void». El melodrama le servirá también para abordar el lesbianismo en «Manji» (1964).
Red Angel (1966).
Si hay una sola película en su carrera que merece ser considerada una obra maestra, es «Red Angel», protagonizada por su actriz recurrente, Ayako Wakao, en el papel de una enfermera en primera línea durante la guerra chino-japonesa de 1939. Además de ser testigo de los horripilantes efectos del combate, Wakao será violada en grupo por soldados japoneses, y luego se entregará ella misma a un cirujano adicto a la morfina a cambio de la sangre que salvará a uno de sus violadores (si lo deja morir, él pensará que está buscando venganza, racionaliza ella). Si no fuera por la actuación comprometida de Wakao, «Red Angel» podría ser casi una comedia, pero es un viaje inolvidable. La experiencia de Masumura en la Segunda Guerra Mundial es una incógnita pero, a juzgar por Red Angel, el japonés vio muchas más víctimas que héroes.
Algunos críticos han especulado que detrás de sus sagas de la libertad personal, la motivación de Masumura era su propia lucha por la expresión individual dentro de los límites del sistema de estudios de Japón. Al igual que en los Estados Unidos, un puñado de estudios cinematográficos gobernaron la industria japonesa, y Masumura trabajó para uno, Daiei, durante casi toda su carrera. Los cineastas de la nueva ola, como Oshima e Imamura, rechazaron los estudios y fundaron sus propias compañías y, como resultado, lograron el aplauso internacional (Oshima con «El imperio de los sentidos» y «Feliz Navidad, Mr. Lawrence»; Imamura con «La balada de Narayama» o «La anguila»).
Masumura puede haberse visto a sí mismo como una víctima desventurada de este sistema, pero sus películas cuentan la historia opuesta. A pesar del material de género poco prometedor del que habitualmente parte, el lastre de presupuestos mínimos y horarios ajustados, logró crear un catálogo de películas inspiradas y de una modernidad sorprendente que empujan los límites más allá de lo que la mayoría de sus laureados compañeros se atrevieron. Los provocadores de hoy en día, como Takashi Miike («Audition») y Shinya Tsukamoto (Tetsuo), tienen mucho que agradecerle.