Ladridos y curas: los riesgos de hacer balance

por | 29 enero 2024 | Conciertos

Hay noches que llegan con un aire hostil pese a las expectativas. Un concierto el último día laboral de la semana, al filo de la media noche y con todas las entradas vendidas es una cita que suma a la incomodidad previsible el cansancio inevitable. Desde el fondo del 16 Toneladas, refugiados entre la cabina y la pared, se veía una sala que era un mar de personas de mediana edad dispuestas a hacer suyas las plegarias, las melodías, los zarpazos de tensión y las confesiones más sinceras. Las cosas podían haber salido regular pero las canciones pudieron con los inconvenientes. Tuvimos suerte.

Serios, concentrados, sobrios, tímidos y precavidos Surfin’ Bichos arrancaron su set con cuidado de no descarrilar en las primeras curvas. El plan pasaba por caminar con paso firme, ir sumando canciones de sus cinco discos, aclarando el sonido, encontrado el tono adecuado, el tempo perfecto, el volumen ideal, cuidando los matices y dosificando la anarquía de unas guitarras que saben cómo tensar el aire, encoger el corazón, golpear en el estómago y exigir que tomes partido. A la furia que cura y a los ladridos que emocionan les seguía un momento de recogimiento y confidencias. Tras un hit generacional llegaba un medio tiempo delicado o una oración sombría y algo triste. A una de las clásicas de los primeros discos tomaba el relevo una pieza recogida en El Amigo de las Tormentas (1993) o en su notable Más Allá ( 2023). Sin aspavientos ni pirotécnica, sin apenas contacto entre ellos y sin comunicación con el público los de Albacete fueron recordando porque su discografía es un capítulo esencial en la historia del pop español.

Con el siglo XX cada vez más alejado de este presente raro, todos los que nos citamos esa noche de viernes, estuvimos tentados en algún momento de hacer balance. Encontrarse con tantas caras conocidas de cuando entonces también ayudó. Las obras tan imbricadas con nuestra biografía esconden ese riesgo. De menos a más, casi por acumulación, la atmósfera se fue cargando de sentimientos y cierta euforia. En el último tramo de un set que rebasó las dos horas las rigideces de la vida adulta cedieron y buena parte de los congregados decidieron que había llegado el momento de sumarse a la causa, de gritar los estribillos con convicción y de hacer suyos esos versos, a veces tan vulnerables como nuestra existencia. En la despedida un Fernando Alfaro feliz consiguió articular algo parecido a un agradecimiento. Salimos a la noche templada de enero con la convicción de que hay regresos tan dignos que valen la pena.

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