Stereolab deslumbraron en los años 90 con una fórmula original, que unía la inclinación por el art rock, las delicadas melodías del pop francés de los 60, y los primeros sortilegios de la new wave. Todo ello sublimado por la voz fascinante de la francesa Laetitia Sadier. Una operación refinada que, por su capacidad para desestructurar las formas tradicionales del rock, le valió al grupo británico ser comparado con luminarias como King Crimson o Pink Floyd.
En 1993, con “Transient Random-Noise Bursts With Announcements”, fuertemente influenciados por el marxismo y el surrealismo, lograron un cocktail de innumerables referencias que conspiraban para conquistar una reelaboración de las sonoridades sixties, hoy tan de moda, adelantándose al advenimiento retrofuturista del que nos han llegado algunas de las intuiciones más interesantes de los últimos años. Vertieron la sofisticación del pop de la época espacial de Henry Mancini en oscuras alquimias experimentales. La fórmula de este laboratorio, de hecho, combinaba una musicalidad ácida, un sabor morbosamente velvetiano y las ambiciones vanguardistas del kraut rock con aperturas melódicas de acento retro, tomadas del legado de Françoise Hardy o Sandie Shaw. Un acercamiento nada traumático entre la racionalidad y el hedonismo, entre la vanguardia y el pop hasta alcanzar una especie de new wave en los tiempos del post-rock.
Pero, si actualmente Stereolab permanecen varados, su cantante, Laetitia Sadier, está más activa que nunca. Siempre se había mostrado inquieta, llegando a capitanear desde 1996 Monade, un proyecto paralelo a Stereolab con un sonido menos enmarañado que se alimentaba por igual de los estremecimientos exquisitos de Blonde Redhair, Serge Gainsbourg y Morricone. Sin embargo, su debut como solista no llegaría hasta 2010 con el introspectivo “The Trip”.
Con “Silencio” (2012), su siguiente aventura en solitario, se zambulló de lleno en la actualidad. La mezzosoprano francesa mantiene intacta la calma lapidaria propia de una sacerdotisa nocturna al estilo de una Nico venida del futuro, pero su ensimismamiento es solo aparente. Traza arquitecturas sonoras, que se desmarcan de las construcciones de Stereolab para revelar una personalidad propia, navegando entre el indie-pop y la electrónica vintage. Nos encontramos ante destellos de un film noir extraño, rico en claroscuros vaporosos. Las letras nos hablan de los movimientos que ocuparon Wall Street, de las crisis económicas y las Primaveras árabes; pero también se hacen eco de los indignados españoles: “We want real democracy”, canta en “Auscultation To The Nation”, una miniatura shoegaze que homenajea el Democracia Real Ya de la Puerta del Sol.El compromiso político encuentra pasaje dentro del velero seráfico del post-rock, sin olvidar un poco de la melancolía de las constelaciones robóticas de Brian Eno o las líneas melódicas en los confines de la realidad de Robert Wyatt.
Los que estén habituados a las divagaciones socio-políticas de Stereolab no recibirán con estupor el lado activista de Laetitia. Un empeño que coge su fuerza de la toma de conciencia política y que nos regaló la promesa de una artista independiente de la banda que la dio a conocer. Lo confirman los deliciosos coqueteos con el tropicalismo y la bossa nova de “Find Me The Pulse Of The Universe”, las derivaciones jazzísticas de “The Rule Of The Game”, o la final “Silencio”, un monólogo interior con una acústica muy singular inspirado en un momento de recogimiento en una iglesia.
Un discurso que ahora se prolonga con “Something Shines”, inspirado en el libro “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord, que nos habla de que todo lo que antes era en vivido como un acto íntimo, en la época actual no es sino una representación, una pantomima servida para la contemplación del público. Como podemos imaginar el activismo sigue erizando unas letras servidas en músicas sedantes. Un eclecticismo lúcido que nunca ha sido una colonización forzosa, sino la búsqueda de una totalidad coherente. Este disco más que una colección de canciones es una isla resplandeciente en la que gobiernan la inteligencia y la calma.
Foto: David Thayer