Podría haberse cancelado el concierto como casi todo lo programado desde las lluvias catastróficas del 29 de octubre, pero la cita del jueves 7 de noviembre a las 20h. siguió adelante. Podía no haber acudido el público dado el estado emocional de la ciudad pero Loco Club presentó una buenísima entrada. Podía no haber comparecido la estrella de Boston pero cuando el telonero Juano All La Glory encaraba su última parte del set apareció con la guitarra a la espalda, sus andares parsimoniosos, su mirada escondida entre las zapatillas y la determinación de los que llegan tarde. Cruzó la sala sin detenerse y se refugió en el camerino seguido de su acompañante. Afortunadamente habría concierto.
Temas de Wiskeytown, Glen Campbell, The Everly Brothers y creo que hasta de Matthew Sweet formaron parte del set intimista del músico sevillano. A eso de las nueve tenía que acabar pero le conminaron a tocar un poco más mientras la estrella se ponía en situación. Un par de chupitos después apareció Evan Dando en el escenario; barba poblada con rodales blancos, un diente de plata que lanzaba destellos, la melena enmarañada, pantalones vaqueros, zapatillas oscuras y una guitarra acústica de un marrón muy tenue como principal argumento sonoro. Parecía avejentado y algo abandonado físicamente. El Lacoste oscuro apenas le disimulaba la tripa.
Boston, Seattle, Olympia, Nueva York, Athens (Georgia), los noventa alternativos redibujaron su geografía. Las guitarras como armas cargadas de futuro se hicieron con las posiciones de vanguardia y un trío del estado de Washington consiguió con un riff resignificar el mainstream durante un tiempo. Desde las radios universitarias, sellos regionales, revistas, fanzines y periódicos musicales, bandas de distinto perfil estilístico tejieron un patchwork muy fértil donde el desapego corporativo, la rabia más o menos explícita, la intensidad de las guitarras, la dejadez del vestuario, el conocimiento fervoroso de las distintas tradiciones de la música popular y un desdén nihilista interiorizado o estético articularon respuestas frente al neoliberalismo imperante. Este fue el contexto en el que los Lemonheads consiguieron brillar desde posiciones de segunda fila. Pudieron ser muy importantes pero les faltó consistencia.
En It’s A Shame About Ray (1992) y Come On Feel (1993) hay tantas canciones memorables que siempre que el compositor de maravillas como It´s About Time o Big Gay Heart recurrió a ellas el concierto recuperó intensidad emocional. Las pudo tocar mucho mejor pero le faltó interés, parecía tener prisa por terminar el trabajo. Con las versiones de Gram Parson, Misfits, Joni Mitchell o Metallica pareció mostrar algo más de cuidado. No se le vio incómodo en el escenario pero si algo ausente. ¿Sabría algo del desastre doloroso de nuestra área metropolitana? ¿Habría tenido tiempo de echar un vistazo a los resultados electorales de su país? Hay personas que parece tener suficiente con ellos mismos y sus circunstancias.
Nos sorprendió comprobar como su voz se ha ido haciendo más cavernosa, en alguna inflexión nos recordó los registros graves de Iggy Pop. Debe ser que los dos músicos siguieron dietas parecidas algún tiempo. Su timbre dulce, cálido y melancólico de los noventa presenta ahora una textura que ha ganado peso y rugosidad, pero ha perdido capacidad para llegar a los tonos altos. En esos desafíos fue el público el que, en diversas ocasiones, decidió vestirse de Juliana Hatfield para redondear los coros, esconder las entonaciones discordantes, la desgana o las incapacidades flagrantes. La calidad de las canciones aguantaron el set.
Una hora larga después dio por finalizado un concierto que tuvo sus imperfecciones, sus desafíos resueltos de manera torpe y cierto desaliño generacional, pero que nos permitió disfrutar con unas cuantas de las mejores piezas de su repertorio. El que fuera uno de los hombres más guapos de los noventa cerró la actuación con una última versión sin acompañamiento musical que terminó de manera inesperada con el señor Dando golpeando el techo con el píe de micro hasta hacer un agujero. Que un adulto de cincuenta y siete años despida de esta forma tan patética un concierto nos dejó muy claro que todo podía haber salido mucho peor. Son tiempos irresponsables. ¿Siguen sorprendidos con la victoria de Donald Trump?