Hace apenas un año, los mentideros del rock & roll se vieron sacudidos por un auténtico huracán. La crítica se deshacía en elogios ante una propuesta de hechuras de aroma añejo e intemporal, los escenarios de medio mundo explotaban de gozo al compás de una banda perfectamente engrasada, y una torrencial voz desataba las pasiones más profundas de los oyentes. Nikki Hill se mostraba ante el mundo como la heredera por derecho al trono que una vez ocuparon Little Richard, Otis Redding o Etta James, a la cabeza de la música negra norteamericana.
A medio camino del frenesí desenfadado del mejor rock de los 50 y la honda emoción del soul de la factoría Stax, el debut discográfico de Nikki Hill, el sensacional “Here’s Nikki Hill” (2013), ha supuesto un estimulante soplo de aire fresco en esa tendencia revivalista que vivimos en los últimos tiempos; entendiéndose, en esta ocasión, más producto del amor por el sonido pretérito de artistas como Wanda Jackson, Lavern Baker o Solomon Burke, que a un mero ardid comercial en busca de un público ansioso por nuevos clásicos.
Nos encontramos pues, ante una artista puramente genuina, una excelsa intérprete que se mueve con soltura y desparpajo entre los aullidos más salvajes y los pasajes más intimistas y seductores, mezclando sin rubor el blues, el R&B, el rock ‘n’ roll, el reggae, el soul o el country, saliendo victoriosa en cada uno de los envites. A su servicio, un tremendo grupo instrumental liderado por su marido, Matt Hill, pone a su servicio un incendiario mosaico sonoro empapado de la energía y la sensibilidad que la música afroamericana tan bien ha sabido transmitir durante generaciones.
Con la sapiencia y el buen hacer que dan los kilómetros de carretera y las barras de bar, Matt Hill y sus chicos recorren todos y cada uno de los recovecos de la música popular, dejándose la piel cuando toca acelerar, siendo juguetones cuando el tema lo requiere; confeccionando así el lienzo perfecto para el lucimiento de la potente y profunda voz de Nikki, llevándonos en multitud de ocasiones a lugares que van más allá del mero placer auditivo, alcanzando de pleno el centro más perceptivo de nuestros sentidos.
Sin embargo, es encima de los escenarios donde podemos discernir con mayor precisión cuál es el calibre de la propuesta de Nikki Hill y su banda. Sobre las tablas se comportan como unos auténticos veteranos que saben tocar la fibra sensible del respetable, arrastrándolo a su antojo por el filo más arrebatado del rhythm and blues; adornado a base de abrasadores riffs guitarreros, certeros metales y, por supuesto, la embriagadora presencia de una cantante que no deja títere con cabeza. Nikki Hill ha llegado para quedarse, ¡larga vida a la reina!