Novela y rock ‘n’ roll en la València actual

por | 8 octubre 2019 | Reportajes

Decir que la cultura rock forma parte del universo de referentes de varias generaciones de creadores, desde cualquier ámbito, es una obviedad. Pero constatar que su presencia es cada vez mayor en el ámbito de nuestra literatura, seguramente ya no lo es tanto. Canciones que detentan la capacidad de fijar un recuerdo en la memoria, músicos totémicos que se convierten en presencias no esenciales pero sí omniscientes del relato, deformaciones grotescas de la realidad que se sirven de ciertos personajes rock que aparecen transmutados… son muchas las formas en las que esta música, tan vieja que ya sobrepasa con creces el medio siglo, aparece como un condimento esencial en novelas valencianas del más diverso pelaje.

La ficción se sirve de ellos, ya sea desde el género negro o el relato surrealista, ya sea en thrillers con aire de road movie o en historias de iniciación, eso que los sajones llaman novelas coming of age. El panorama editorial valenciano lleva un par de temporadas haciéndose eco de esa tendencia. Seguramente sin pretenderlo, como una consecuencia natural, la suma de diversos empeños. En castellano y en valenciano. A veces con reverencia y a veces con descaro. Se acumulan los títulos en los que el rock es un componente fundamental de sus tramas, y lo que llevamos de 2019 no ha hecho más que confirmarlo.

Una de las últimas en llegar fue Temps de Rock and Roll (Drassana, 2019), la tercera novela del físico castellonense Miquel Torres, en la que los Beatles, Mano Negra, Lou Reed, The Clash, AC/DC, Primal Scream, The Doors, The Black Keys, La Gossa Sorda u Ovidi Twins sirven para enhebrar una serie de relatos que bien podrían ser un fiel reflejo del paso de su propio autor – sirviéndose, eso sí, de personajes ficticios – de la adolescencia a la madurez. Es un registro no muy distante del que exploró con acierto hace ya unos años el valenciano Jota Martínez Galiana en Ya no somos modernos (Eutelequia, 2014), aunque aquel lo hacía en un momento en que esta práctica era mucho menos común. Torres fracciona la acción en dosis breves, en concisos relatos que se van complementando, y afronta su novela desde una perspectiva más epidérmica del asunto (no por casualidad, también más sexual) y bajo una concepción del rock bastante más clásica, aferrada a viejos mitos del género en una travesía vital que se revela agridulce. Casi como la de cualquiera de nosotros, vaya.

No ha pasado tampoco mucho tiempo desde que otro autor que también se expresa en valenciano confirmase su garra narrativa en otra novela debutante: Camins Dubtosos (Crims.cat, 2018), del periodista suecano Joan Carles Ventura, es un dinámico thriller con jirones de esperpento que también delega en la primera juventud, porque cuenta la atribulada y muchas veces desternillante historia de tres amigos que se van de viaje de fin de carrera a Italia, en el marco histórico del clímax de la corrupción institucional valenciana, allá por 2006, cuando el Papa Benedicto XVI visitaba una ciudad – la nuestra – sitiada, en la que parecía que los perros se encordaban con longanizas, los accidentes de metro eran un ingrato estorbo y la veda estaba abierta para que políticos con mando en plaza trincaran sin el menor sonrojo. Sus canciones, que aparte de titular (también) la mayoría de capítulos sirven para hacer que la acción se acelere o se ralentice a su propio ritmo, y el tono de la narración se formule también según el espíritu de cada melodía, llevan la rúbrica de Pixies, Patti Smith, Metallica, Lou Reed, The Police, Obrint Pas, Antònia Font (foto), Raimon o Senior i el Cor Brutal.

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Hablábamos antes de esperpento, y qué mejor muestra de ello, de esperpento elevado al cuadrado, que otra novela que también se publicó a finales del año pasado pero ha obtenido su eco a lo largo de este ejercicio: la inclasificable Saber Matar (Che Books, 2018), el cuarto libro de Mr. Perfumme, el nombre tras el que se oculta el valenciano David Pascual Huertas, a quien conocimos como músico hace algo más de una década, cuando estaba inmerso en aquella delirante formación punk rock que fue Jackson Milicia, antes de emprender su actual travesía de sonidos bastardos. Iconoclasta, irreverente y descarado, hábil para hacer pasar al lector del desconcierto a una risa a mandíbula batiente, Mr. Perfumme se confirmó como una de las revelaciones literarias de los últimos tiempos con una desternillante y temeraria sarta de breves relatos – algunos diálogos son dignos del Tarantino más gamberro – en la que el músico asturiano Pablo Und Destruktion podía convertirse, como quien no quiere la cosa, en un desopilante personaje de aventuras que bordea (o directamente rebasa) lo surrealista. Más allá de cualquier referencia a cualquier artista o canción, es su propia escritura, su pulso narrativo, aquello que escribe y el cómo lo escribe, lo que constituye una fórmula inequívocamente hija de la reciente cultura pop y rock.

Y si hay un género que no puede permanecer incólume ante el rock, sobre todo por todo aquello que pueden compartir de nocturnidad, adicciones poco recomendables y truculencia, es el de la novela negra, que tradicionalmente se había escorado más al jazz. Ahí han sobresalido en los últimos tiempos las voces – o las plumas, mejor dicho – de Salva Alemany y de Santiago Álvarez, entre otros. Ambos también de Valencia capital. Resulta lógico que el rock también se filtre en la obra del primero, ya que Alemany formó parte de RC Druids desde principios de los noventa e impulsó su propio sello, Experience. Con lo que no extraña que el protagonista de Alacrán (Amarante, 2018), novela – su tercera – de aliento fronterizo, con el narcotráfico de telón de fondo y el fatalismo del cine negro como sombra amenazante (ya saben, esos fantasmas del pasado de los que resulta casi imposible escapar), se mueva al ritmo de viejos clásicos de Tom Waits, Bob Dylan, Johnny Cash, Prince o Pixies, músicas perfectamente talladas para ilustrar el trayecto de personajes seriamente baqueteados por la vida. Algunos de esos referentes proceden de la misma época que los que manejó Santiago Álvarez en El Jardín de Cartón (Tapa Negra, 2016), cuyo protagonista, el detective Mejías, frecuentaba un bar llamado La cara oculta de la luna – sí, como el álbum de Pink Floyd – , escuchaba clásicos del jazz con fruición, Billie Holiday (foto), Ella Fitzgerald, John Coltrane o Chet Baker, y tenía a la evocadora “Celluloid Heroes” de los Kinks sobrevolando gran parte de su trama.

Billieho

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