Las canciones descoyuntadas y asilvestradas de estos sevillanos forman por sí mismas un género en concreto. Sin dependencias estilísticas ni deudas palpables a corrientes específicas, o simple y llanamente, que no les interesa pertenecer a una escena o que se les encasille en un categoría determinada. Van a la suya, probando un poco de aquí y de allá.
Esto no quiere decir que no tengan sus fuentes, la generación espontánea de música es casi tan rara como una cogorza sin resaca, aquí de lo que se trata es de empaparse de una variedad de sonidos y utilizar los mismos en un ejercicio de espeleología musical. Adentrarse en las profundidades con un toque de personalidad propia y experimentación, pero eso sí, siempre con mucho cuidado. En palabras del propio Daniel Alonso (voz y teclados): “Buscar la originalidad como un fin en sí mismo puede desembocar en un fracaso absoluto, porque, en cierta medida, la originalidad no depende del músico”.
Su primera referencia, Si Bajo De Espalda No Me Da Miedo Y Otras Historias (Monterrey, 2008) ya se consolidó como un trabajo de psicodelia sureña, trufado de surrealismo andaluz y con un claro acento gamberro, una muestra de atrevimiento que miraba con cierto desprecio las aspiraciones anglosajonas de muchas bandas nacionales, lo suyo es radicalmente suyo, sin concesiones ni miramientos. Merecidamente se hicieron un hueco en la cultura independiente española y giraron a lo largo del país apuntalando su fama de grupo especialista en el cara a cara, unos fieras sobre las tablas. De esta manera fue como hace unos cuantos años, en un febrero nada invernal, recayeron en Loco Club y dieron uno de los conciertos más desternillantes que un servidor recuerda.
Profano en sus coplas, como era yo en aquel entonces, fui sorprendido por su ametralladora kraut, para luego descubrir que eran tan o más salados de lo que prometían sus canciones. Las oscilaciones hipnotizantes de su directo atrapan a todo aquel que se halle a unos metros y sus constantes chirigotas hacen que sueltes la carcajada cada dos por tres. Lo dicho, los Ponys son un espléndido animal de directo.
Un Gramo De Fe (El Rancho, 2010) fue la constatación de su voluntad arriesgada e inconformista, un peldaño arriba en el tramo que habían fijado con su anterior disco. Gamberros e insolentes, persisten en que lo suyo es solo suyo y evitan a toda costa el encasillamiento y el aburrimiento de convertirse en un cliché de sí mismos. Sus paisanos los calificaron tras su segunda aventura como “los No Me Pises Que Llevo Chanclas, que han cambiado de camello”. Pero no todo es jarana en sus composiciones, su compromiso con la música va más allá de un mero chascarrillo. Con El Rancho consolidaron su propio sello discográfico y se enzarzaron en una batalla en pro de las licencias libres Creative Commons, un modelo de negocio que defienden es más interesante y razonable, para de esta manera batirse en apasionada lucha contra el ogro corporativo.
De Palmas y Cacería (El Rancho, 2013) su tercera larga duración, los ha consolidado como uno de los grupos más interesantes de la escena estatal, los ha catapultado a la primera división y han dejado de ser una rara avis para alzarse con uno de los discos más celebrados del pasado curso. Y aunque ejemplifiquen el buen hacer del indie estatal (sello propio y cero compromiso con la industria) no los encasilléis dentro de la palabreja, que solo de oírla ya me da urticaria, pues aglutina precisamente a un montón de grupos que están en las antípodas del término. Es muy probable que si estos sevillanos os oyen mencionarla en referencia al género de su grupo, os suelten una buena hostieja, y para que se os quede el oído pitando ya tenéis uno de sus directos.
Foto: Celia Macías.