Sánchez y las ciudades invisibles

por | 17 marzo 2015 | Cultura pop

En «Las ciudades invisibles» del escritor Italo Calvino, el emperador de los tártaros interroga a Marco Polo acerca de las ciudades de su inmenso imperio. Marco Polo describe ciudades reales e imaginarias; estampas fabulosas en las que, realmente, siempre está hablando de su ciudad de origen.  Fèlix Gimeno, con su proyecto Sánchez y su disco homónimo, nos plantea también un paseo a través de ciudades recordadas o soñadas que le sirven para trazar su propia cartografía emocional. No es la primera aventura de este artista nacido en Vila-real que ha llevado a cabo una de las más sugerentes travesías del pop de nuestra escena local. A pesar de que se ha prodigado poco en el plano discográfico, cada uno de sus pasos resulta revelador.

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Ya ha pasado mucho tiempo desde 1998, cuando debutó como parte del trío Fresses, que formó junto a los que serán sus compinches a lo largo de los años: Pascual Arnal y Víctor Pesudo. El grupo se desvaneció tras presentar su prometedor disco The First & Early. Su espíritu inquieto le condujo a experimentar mutaciones musicales muy diferentes, formando parte del indie-hardcore de Poor Fish, estremeciendo el funk de Monterrey o dotando de elegancia la revisión de «Poeta en Nueva York» de Lorca a cargo de Ribàs. Pero el pálpito del talento permanecía inmutable: prueba de ello fue el disco Les Deesses Mortes.

Confabulado con sus camaradas habituales, aunque con un enfoque mucho más personal, en Sánchez, Fèlix dibuja mapas de ciudades que nos enredan en una historia sentimental que anota vivencias de un pasado irrevocable que se desenvuelve de nuevo ante nuestros ojos. Instantáneas que iluminan una biografía real o imaginada. «Florianópolis» es la vaporosa puerta de entrada, una ciudad quimérica que nos señala el camino a seguir: «Amberes» ensaya estrategias de supervivencia para sortear los abismos cotidianos; una guitarra deja suspendida «Berlín» en un limbo delicioso; y «Albacete» nos agita con un latigazo de lascivia, haciéndonos soñar con el reconfortante momento de hundirnos entre unos muslos y olvidar por unos minutos el tic-tac de los relojes.

La voz de Fèlix señala un cruce seductor entre Carlos Berlanga y David Bowie; magnetizando las soledades de «Madrid», borra las memorias de «París», y dota de coherencia composiciones nacidas de una enfermedad melómana que no tiembla al hermanar a Prince, XTC, Pulp y Beach Boys.

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