“granada”, escrito así, en minúscula, alude al fruto generoso y rojo, pero también al artefacto mortífero. Es también el nombre de la ciudad en la que Enrique Morente gestó sus tormentas sonoras. Se trata de un disco, pues, que se mueve entre la dulzura y los momentos abrasivos, encontrando una fuente de inspiración fecunda en los trabajos más arriesgados de Morente y en los gruñidos eléctricos de Lagartija Nick. Canciones que se hacen cargo del legado de músicas libres por las que en su momento los ortodoxos se rasgaron las vestiduras, tildándolas de extravagante bajada a los infiernos, pero que años más tarde mantienen intacta su modernidad, dando pie a una descendencia fecunda. Prueba de ello es este manojo de versiones heterodoxas en las que la prodigiosa voz de Sílvia Pérez Cruz se trenza en las sonoridades ideadas por Raül Fernández Miró.
Hacer un disco de versiones, aunque parezca lo contrario, no resulta fácil: el artista tiene que enfrentarse consigo mismo y con el material original, que en ocasiones no cede fácilmente. Se trata de una labor destinada a orfebres delicados, pacientes engastadores de atmósferas y acentos. Un oficio que se aprende a oscuras hasta lograr objetos sutiles, puertas que se abren a nuevos significados y resonancias. La complejidad de la empresa motivó un fuerte atasco que casi hace que se aparque el proyecto, hasta que el disco de Morente y Pepe Habichuela, “Despegando” (1977) se cruzó en su camino. Supuso una fuente de inspiración que dio nuevo empuje: Raül se obsesionó con “Compañero”, que erizada de llagas y calenturas derramaba en música la “Elegía a Ramón Sijé”, en la que el poeta Miguel Hernández llora la muerte de un amigo íntimo.
Sílvia aceptó el reto de acercarse al flamenco y dar voz a unas palabras devastadas; fue uno de los momentos más duros, pero con ánimo casi suicida decidieron también llevar a su terreno “Pequeño vals vienés”, una composición de Leonard Cohen a partir de un poema de “Poeta en Nueva York” de Lorca, que la mítica traducción de Morente en “Omega” parecía haber agotado por completo en nuestro idioma. Sílvia, que fue llamada para protagonizar la banda sonora del film “Blancanieves” porque su director estaba embelesado con su voz, logra el milagro y convoca temblores nuevos en las ya conocidas guirnaldas.
El resto de canciones proceden de entornos dispares, con especial querencia por lo añejo, llevadas a un entorno eléctrico, sideral y noctámbulo, en un ejercicio de libertad creativa poco frecuente. Desentierran gemas ocultas que pasan por estilos diferentes y a veces opuestos: flamenco, canciones populares, chanson, estándar americano, tangos… Una osadía que tampoco toma como barrera el idioma. Junto a las revisiones de Morente, quizás el momento de mayor atrevimiento sea la inclusión de dos piezas para voz y piano del compositor decimonónico Robert Schumann; tanto Sílvia como Raül tienen formación clásica, y estas obras les habían acompañado desde siempre en la interpretación de Fritz Wunderling. Fernández sacude guitarras que suenan como un piano de cola en una declaración de intenciones carente de prejuicios: la emoción es la base de todo, y olvidarse de la tradición, del pasado, como habitualmente ocurre en nuestro olvidadizo tiempo, no puede traer nada bueno.
Sin embargo, el comienzo de esta feliz alianza no resultó sencillo, los dos músicos no se entendían. En 2006 coincidieron en “Inmigracions”, un álbum colectivo en el que confluían artistas catalanes y argentinos, que evocaba el imaginario de la inmigración entre Cataluña y el país sudamericano, bajo la batuta de Raül. Pero en el directo surgió la conexión y desde entonces confabulan juntos, alejándose de los senderos más frecuentados, buscando un punto experimental de víscera, de texturas excitantes. Pérez Cruz colaboró en varios discos de Refree, y él, habituado a trabajar con gente como Kiko Veneno o Christina Rosenvinge, se hizo cargo de la producción de “Reinas del matute” (2010), el álbum de debut del grupo de neoflamenco-canción, Las Migas. Y la primera aventura solista de Sílvia, “11 de noviembre” (2012), fecha de la muerte del padre de la cantante, contó también con su firma. Un álbum que, no podía ser de otra forma, asume muchos riesgos y derrumba encasillamientos, con aroma de taberna y folclore, al tiempo que muy contemporáneo y oscuro.
De su primer encuentro recuperan en “granada”, “Corrandes d’exili”, y, como Pablo Berger, director de esa “Blancanieves” flamenca y expresionista, beben de lo viejo para trazar alquimias insólitas. Agitan liras ajenas, esbozan horizontes invisibles, urden realidades intrincadas. No les tiembla el pulso al tomar la canción popular “El cant dels ocells”, que el chelo de Pau Casals convirtió en universal, y, haciéndola abdicar de su sentido religioso, la recubren de resinas dulces y espesas; mientras que “Gallo rojo, gallo negro”, que los luchadores antifranquistas convirtieron en un himno comparable a “La Internacional”, queda transfigurada en una canción de cuna espacial. De Albert Pla orillan lo escatológico, quedándose con su ternura desvalida, y conducen “Hymne a l´amour” de la excelsa diva francesa Edith Piaf a un terreno que le estaba reservado a Jeff Buckley. Agua fresca para los sedientos, destilaciones celestes.
Foto: Alba Suñé