Transcurría 2007 cuando por primera vez llegaban noticias de estos larguiruchos londinenses. Por aquel entonces disfrutábamos (o sufríamos) de una proliferación de festivales, invernales y estivales, insostenible. A pocos les importaba que fuera sostenible o no, lo importante era no perderse ninguno. Tal oferta de festivales requería un volumen de bandas para satisfacer sus carteles, si eran británicas mejor que mejor, entre las que se colaba mucha paja y poco grano.
The Horrors entraron inicialmente en esta categoría, un grupo a priori fabricado para las hordas de jóvenes emos que poblaban las afueras de las estaciones de tren. En la portada de su primer largo aparecían con unas pintas que honraban a su nombre. En definitiva, las credenciales que aportaban eran casi nulas y los fuegos artificiales variados, todo esto acompañado de la poderosa maquinaria de marketing británica (NME), auguraba un bluf en toda regla, un grupo pasajero, sin fondo, más cercanos a Tokio Hotel que a los nuevos The Cramps.
La pregunta que intentaré desentrañar de ahora en adelante es: ¿Cómo estos mocosos sacados de una película de Tim Burton se han ido afianzando disco a disco? ¿Cómo han sido capaces de tener tal crecimiento con cada álbum? Y la manera más sencilla de hacerlo es repasando toda su discografía, viendo cómo ya desde su segundo disco empiezan a tapar bocas a dos manos.
Strange House (Polydor, 2007): Detestable debut.
Hay muchos, fans acérrimos, que lo defienden como el germen de todo, como un disco en el que ya apuntaban maneras, que dejaba entrever algunos matices de su potencial. ¡Buuuf! Me cuesta verlo, tiene canciones ruidosas, garaje aturdidor y gritos aquí y allá, un tío con un cardado que ya quisiera Robert Smith, un teclista que parece un beatle del 63 y un cantante a lo Johnny Ramone de gótico… discúlpenme si los prejuicios perduran con los años, pero no puedo, ¿si el prejuicio era por sus pintas? ¡Culpable! Entre eso y que se las apañaron para atormentarnos todo el curso con “Sheena Is A Parasite” no hubo quien los aguantara aquel año.
Es preciso apuntar que estos chavales no se colaron en los póster de revistas para quinceañeros del Reino Unido por pura casualidad, el tufillo de producto reluciente empaquetado por la industria se olía a leguas. Un desastre cuidadosamente estudiado por las agencias de marketing, con el apoyo del genial Chris Cunningham para sus videoclips y de Nick Zinner (Yeah Yeah Yeahs) para la producción.
Primary Colours (XL Recordings, 2009): Tragándose las palabras.
Nos pilló por sorpresa a muchos, ¿cómo podía ser que una banda a la que hasta hace nada ridiculizábamos hubiera sacado un álbum tan sólido? Y es cuando te das cuenta que los hypes son una arma de doble filo, tanto para sobrestimar un grupo, como para subestimarlo. Quedó claro que no se hicieron ningún favor en sus inicios prestando más dedicación a sus disfraces (insisto, no me quiero ni imaginar lo que puede tardar uno en cardarse el pelo para que quede así) y toda la parafernalia pseudoconceptual de la que hacían gala en sus conciertos de quince minutos de duración, todo para diversión de su lista de invitados. Una vez superada esta etapa, Primary Colours es un disco gratificante, una sólida base sobre la que construir una carrera meteórica. Puede que la mano de Geoff Barrow (Portishead) sea más alargada de lo evidente, pero no se le puede negar al grupo una capacidad adaptación, pero sobre todo de evolución, para con su nuevo papel.
Ya desde el vídeo de adelanto “Sea Within a Sea”, siempre bien acompañados por Chris Cunningham, dejaban patente que algo había cambiado. Ya no habían disfraces, ya no había garage-punk trasnochado, Faris Badwan, el frontman, había dejado de lado los berridos para plantarse frente al micro con voz de crooner. Lo que teníamos en frente era un tótem de ocho minutos de krautrock psicodélico, cercano a Spacemen 3 o My Bloody Valentine, en el que ahora se emparentaban con grupos que estaban a años luz de los primeros The Horrors. Y es que Primary Colours es un disco brillante, lleno de guiños y deudas, con melodías prestadas de Joy Division (New Ice Age), baladas glam al estilo Suede (Scarlet Fields) y shoegaze (Do You Remember) a punta-pala . The Horrors había hecho los deberes y había sacado sobresaliente, poco quedaba ya de esos muchachos pretenciosos con pose impostada, todo lo contrario sus canciones los hacían parecer más vulnerables, ya no daban miedo, es más, parecían asustados.
Skying (XL Recordings, 2011): El Camino que hay de The Cramps a Can.
Se erige como su disco de consolidación, la prueba clara que con Primary Colours no vimos une espejismo, sino su mayoría de edad. Ahora más contenidos, menos rabiosos, continúan la evolución emprendida por su anterior álbum, pero mostrando esta vez un énfasis en la melodía, revistiendo sus canciones de un halo pop. The Horrors ya no son unos chavales esperpénticos que copan las portadas de revistas “fashionistas”, ahora tienen su propio estudio y quieren que les tomen en serio. Joshua Hayward, guitarra y físico de graduación, se ha convertido en un genio de la cacharrería (que fabrica él mismo). Con un sin fin de aparatejos conectados a su Rickenbaker de doce cuerdas, busca efectos imposibles.
The Horrors han conseguido un sonido que recuerda a toda la pompa gótica del new wave de los ochentas, filtrada por las ensoñaciones shoegaze de los noventas. Skying es un disco elegante desde su portada impresionista hasta el estupor bucólico de sus melodías, amén de Faris Badwan flotando a lo largo de las canciones con voz baja y brumosa.
Luminous (XL Recordings, 2014): Encontrando un sonido propio.
Supone una ligera decepción respecto a su disco anterior, quizás no tanto porque esté falto de canciones, sino más bien porque el cambio no es tan radical. Acostumbrados como nos tenían a cambiar de registro con una rapidez pasmosa, aquí nos dejan un poco indiferentes en tanto en cuanto que no ofrecen nada novedoso, sólo una consecución lógica de la brillantez del pasado álbum, ahí es nada. Todas las reminiscencias y deudas que tenían sus discos anteriores se han diluido aquí, una huida que pasa por La Hacienda de Manchester y sus coloridas noches de electrónica y palitos fluorescentes, tanto es así que Luminous es un Skying acelerado, es música dance de principios de los dos mil, un disco que parece haber costado una millonada en producción.
The Horrors parecen haber pasado definitivamente de ser un grupo de festival a ser un grupo que podría abrir perfectamente conciertos para Coldplay, no se me malinterprete, han dejado de ser una extraña peculiaridad para convertirse en un grupo con un sonido claro y reconocible.
V (Wolf Tone Limited, 2017): Transición.
Ahonda aún más en el camino que emprendieron en 2011 con Skying, una persecución de un sonido cada vez más pulido, eufórico y populista. Reconocen una intención de volver a sus orígenes a la hora de hacer canciones inquietantes de garage rock, pero para The Horrors no hay vuelta atrás. Hace tiempo que emprendieron un camino sin retorno y con final desconocido, tanto es así que V parece un peldaño hacia el vacío, lo que se podría denominar un disco de transición, una antesala a la consecución de su obra maestra o al definitivo agotamiento de su fórmula.
Es difícil hacer una valoración general de un disco que está lleno de aristas y recovecos, amorfo y en el que nunca sabes muy bien en qué canción te encuentras. V es extraño y sí, inquietante, pero eso habla muy bien por su parte y por supuesto también habla muy bien de una carrera de diez años que no ha dejado de sorprendernos a cada aparición y deja a The Horrors en el punto perfecto para pasar de ser una banda que te gusta a ser una banda a la que amas.