The Real Kids: la historia de los olvidados

por | 29 junio 2016 | Reportajes

Cuántas veces hemos contado la historia del artista dotado con un singular talento que, pese a tenerlo todo para triunfar, acaba sufriendo el ninguneo de la crítica y el público. Reconozcámoslo, nos encanta.

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Nos regodeamos al hablar del pintor que vive en la miseria más decadente pero que para cuando está criando malvas sus cuadros valen millones, o del grupo de culto que de pronto vuelve loco a todo el mundo aunque nunca hubieran vendido un disco. Nos gusta pensar que el peso de la historia compensa los años de penurias y desprecio. Pues bien, repasemos la historia de una banda que necesitó un solo disco, una canción, un punteo de guitarra, para ganarse su lugar en la leyenda. Aunque no se enterara nadie.

Nos encontramos a principios de los años 70; los dinosaurios del rock sinfónico dominan la tierra, mientras el ruido y la furia de bandas como los Stooges o The Velvet Underground amenazan con propagarse entre una juventud ávida de un sonido que empatizara con su visión del mundo. Así, el adolescente John Felice decide formar una banda con su vecino, un tal Jonathan Richman, con la que alcanzar la fama y la fortuna. Ese sería el germen de The Modern Lovers. Sin embargo, sus obligaciones escolares y ciertas diferencias vitales con Richman, hacen que nuestro protagonista abandone el proyecto antes de llegar a pisar el estudio de grabación. Ese sería el primer barco que Felice perdería para trazar una carrera sólida y de larga duración, pero no adelantemos los acontecimientos. Un tiempo después, John Felice se reúne con el guitarrista Billy Borgioli, el bajista Allen Paulino y el baterista Howie Ferguson. Juntos formarán The Real Kids. Los siguientes años los pasarán sobre los escenarios dando forma a un enérgico repertorio deudor del sonido de pioneros como Eddie Cochran o Buddy Holly, al que añaden una pulsión y urgencia rabiosamente contemporánea. La fuerza de sus recitales llama la atención de la discográfica Norton, con la que graban su primer LP.

The Real Kids (Norton Records, 1977) es un disco fantástico. Una oda nostálgica a la joie de vivre, en la que cabía desde el rock & roll primitivo al pop más sofisticado, pasando por descarnados arrebatos punk, infecciosos pasajes de power pop o salvajes descargas garajeras. Una estupenda amalgama de sonidos aderezada por deslumbrantes solos de guitarra, embriagadores juegos vocales y unas melodías adictivas como la más dura de las drogas. Nos encontramos con temas tan vibrantes como “Rave On” o “Taxi Boys”, que en su continuo vaivén entre la fiereza y la sensibilidad no dejan un resquicio para el aburrimiento; cortes de calado más doliente como “Better Be Good” o esa barbaridad que es “Just Like Darts”, cuya frágil representación del desencanto juvenil la hubiera firmado con gusto el mismísimo Kurt Cobain.

Sin embargo, la verdadera pieza clave del álbum, la canción que da empaque a toda la obra, es precisamente la que abre el disco; la maravillosa “All Kindsa Girls”. Desde el punteo inicial, casi titubeante, a ese estribillo delicioso e irresistible, The Real Kids consiguieron concentrar en apenas tres minutos y medio la pasión, la sencillez y la velocidad que definirían la era del punk. Felice había entregado una obra pluscuamperfecta, destinada a sobrecoger los corazones de su generación; sin embargo la respuesta que se encontró fue, digamos, tibia. La escasa atención que recibió por parte de la crítica en un año dominado por los lanzamientos de los Sex Pistols, Television o Fleetwood Mac, unido al eclecticismo de una propuesta que les dejó en tierra de nadie, hizo que pasara totalmente desapercibido.

Tras este fracaso, Felice disolvió The Real Kids para trabajar de roadie en las giras de los Ramones, juntándose con sus viejos compañeros de armas de forma esporádica, para pequeñas giras y fugaces visitas al estudio de grabación. Por suerte, el tiempo ha puesto a la banda en lugar que se merece, permitiéndoles seguir recorriendo el mundo para defender un cancionero que pertenece ya a la eternidad.

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