Trascendiendo los roles: De Little Richard a Ezra Furman

por | 31 octubre 2015 | Reportajes

La música popular, inagotable cantera de personalidades carismáticas, ha sido un verdadero teatro desde sus orígenes. Con su capacidad para crear modas y promover cambios, constituye un espacio privilegiado para la indagación de los significados sociales y culturales que pugnan por definir y redefinir, construir y deconstruir, los distintos modelos sexuales.

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Ezra Furman siempre ha amado las poses ambiguas: desde que Bob Dylan renunció a ser el perfecto chico cargado con la pancarta del folk de protesta para electrificar su sonido, infectando sus letras con una poética visionaria y surrealista; o desde que Morrissey, tomando el testigo del dandismo  irreverente de  Oscar Wilde, dotó al rock de una exquisita corriente bipolar, entre la euforia y la depresión. Nada seduce más a Ezra que aquellos que caminan por la cuerda floja de la contradicción y son capaces de alzarse contra las expectativas y la tiranía de los clichés. Un impulso muy humano – la necesidad de trascender los roles que nos vienen impuestos- que también le ha conducido a rebatir las imposiciones de las marcas de género.

En su adolescencia, Ezra confiesa haber quedado completamente subyugado por Lou Reed y el oscuro legado de la Velvet Underground. Reed se convirtió en un espejo para el joven: bisexual como él, felizmente instalado en un lugar flexible entre lo masculino y lo femenino; con afán experimental, pero también responsable de un gozoso rock de factura clásica. Un mito radicalmente ambiguo y libre, un modelo fértil para el artista, porque Ezra,  demostrando desde bien temprano una personalidad inquieta, en lo musical quería seguir el sendero del punk, pero no estaba dispuesto a asumir los roles reglamentarios que tal tendencia parecía exigir en aquel momento.

La música popular, inagotable cantera de personalidades carismáticas, ha sido un verdadero teatro desde sus orígenes. Con su capacidad para crear modas y promover cambios, constituye un espacio privilegiado para la indagación de los significados sociales y culturales que pugnan por definir y redefinir, construir y deconstruir, los distintos modelos sexuales. La masculinidad monolítica y hegemónica, libre por su supuesta condición apriorística y normativa de todo cuestionamiento que se daba en buena parte del rock´n´roll, ya fue puesta en duda en los años 50 por figuras como Little Richard. Recubierto de maquillaje y declarado omnisexual, dio forma sobre el escenario a un postulado cercano a los planteamientos de la teoría queer, que afirma que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales son una construcción social ficticia y arquetípica, no inherente a la naturaleza sino sometida a variables sociales. Un rechazo a categorías supuestamente universales e inamovibles, una losa para muchos, como «varón», «mujer», «heterosexual», «homosexual», «bisexual» o «transexual».

Ya en los 70, David Bowie se convirtió con su fastuosa androginia, exasperada a un nivel mayor todavía que la de Lou Reed, en un modelo a imitar, inspirando y dando a la cultura pop una forma rompedora de entender lo masculino de la que beberían los New York Dolls, T. Rex e incontables bandas de punk de los 70 -un fenómeno reflejado con brillantez por Todd Haynes en el film «Velvet Goldmine».  Durante los 80, era normal que los hombres aparecieran maquillados, siguiendo una alambicada estética glam, en las bandas de rock más populares, algunas de ellas abonadas a valores de la testosterona mal digerida como la misoginía, la homofobia o la violencia.

Un género, el rock, que se dice libertario y, que, en ocasiones, se convierte en reducto de las más intransigentes y cavernarias manifestaciones de lo supuestamente masculino: el hecho de que la estética glam fuera adoptada por bandas de heavy metal resulta tremendamente curioso, ya que abrazaban una estética queer destinada, en principio, a un público ferozmente heterosexual; evidenciando hasta qué punto lo glam se había convertido en una moda desprovista de cualquier tipo de andamiaje ideológico.

En años posteriores cada vez han sido más los intérpretes que no se han mostrado conformes con las imposiciones de género: la roquera punk Jayne County se desveló como mujer transexual a finales de los 70; Grace Jones y Boy George fueron los andróginos más eminentes de los 80; y, desde los 90, Anthony Hegarty se ha convertido en el artista transgénero más famoso de la música. Y, cada vez son más los que se han unido a esta lista, encontrándose Ezra entre ellos, vistiendo a menudo en sus conciertos con ropas y adornos tradicionalmente destinados a mujeres.

Como Reed, Ezra se muestra independiente, libre y en perpetua evolución; ocupando ese lugar al que antes llegaron sus referentes como una elección personal, libre de toda pose luciferina o decadente. Prueba de ello es también su excelente música, que alborota la herencia de la Velvet, aplicando como un bálsamo ecos de los BeatlesThe Modern Lovers con una ligereza casi mozartiana.

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