Tricky: óxido, azufre y acero negro, en lucha contra la erosión

por | 5 febrero 2015 | Reportajes

Los veinte años de carrera de Tricky están irremediablemente marcados por el cuño del estilo al que ayudó determinantemente a dar forma: el trip hop. Sus tres (cuatro, si contabilizamos su proyecto Nearly God) primeros álbumes le otorgaron el pasaporte para la posteridad, pero desde entonces ha tenido ostensibles problemas para que sus discos mantengan una significación a la altura de su leyenda, forjada en la segunda mitad de aquella década de los 90.

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El reciente Adrian Thaws (K7!/False Idols) ahonda, no obstante, en la rehabilitación de una carrera que parecía llevar ya cerca de una década extraviada. Y es el motivo principal para que podamos gozar de su presencia por vez primera en Valencia, casi siete años después de su discreto paso por el Festival de Benicàssim de 2008, lo más cerca que nunca estuvo de nuestro público.

Carente del marchamo cool de Massive Attack o del lacerante sentimiento de abandono de Portishead, el primer álbum de Tricky perfiló un tercer vértice para el triunvirato del sonido de Bristol desde una alquimia narcótica, densa y de profundidad casi abisal. Maxinquaye (Island, 1995) es no solo un trabajo mayúsculo, vomitado por un joven desarraigado que puso el listón para su obra posterior a una altura casi inalcanzable: es también un disco fuera de tiempo y de lugar, milagro creativo nutrido del desguace de discursos anteriores (ahí están los samplers de Isaac Hayes, Michael Jackson o Public Enemy) que son desbrozados para crear a partir de ellos un lenguaje prácticamente nuevo. Casi un género en sí mismo. Material de derribo con el que sostener un corpus creativo rebosante de una inquietante sensualidad, musicando el paranoico universo de referencias de una mente en turbia ebullición. La imponente Martina Topley-Bird aportó su voz como contrapunto, musa y a la vez médium de su fascinante propuesta, y el disco pasó con el tiempo a formar parte de todas y cada una de las listas de lo mejor que la década de los 90 había deparado. Sentando, además, un serio precedente por lo que tuvo de efecto imitación a lo largo de temporadas subsiguientes, casi siempre desde ópticas que desvirtuaban y banalizaban su esencia.

Tan singular amalgama de pop bastardo, dub humeante, blues retorcido y soul opiáceo tuvo continuidad en Pre-Millenium Tension (Island, 1996), el proyecto paralelo Nearly God (Nearly God; Island, 1996) y en el asfixiante Angels With Dirty Faces (Island, 1998), contribuyendo todos ellos al contorno de su etapa creativa más brillante. Un año más tarde incorpora relevantes acentos de hip hop, rock de guitarras y ragga al ecléctico Juxtapose (Island, 1999), quizá tan necesitado de oxigenación que incluso desde su propia portada se anuncian las dos aportaciones más relevantes del disco: las de DJ Muggs (Cypress Hill) y Grease (DMX).

Sin embargo, su ingreso en el nuevo milenio nos depara una versión destemplada de Tricky: el desconcertante Blowback (Hollywood, 2001) amplía tanto y de forma tan poco afortunada el elenco de contribuciones (John Frusciante, Annie Lennox, Ed Kowalczyck, Anthony Kiedis) que ofrece una panorámica absolutamente desenfocada de un creador que parece haber perdido el norte. Tratando de escapar de la alargada sombra de su pasado, Tricky estaba comenzando a encajar los nuevos tiempos con el pie cambiado.

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La tónica se mantiene, con mayor o menor fortuna, en los irregulares Vulnerable (Sanctuary, 2003), Knowle West Boy (Domino, 2008) y Mixed Race (Domino, 2010), álbumes en los que sigue debatiéndose de forma estimable entre sus tradicionales señas de identidad y ciertos arrebatos rockeros, siempre desde una óptica más accesible para el gran público que la que empleó para dar forma a sus mejores trabajos. Lo que era sano eclecticismo para unos, era incómoda dispersión para otros. En todo caso, una versión de Tricky destilada en una licuación aún repleta de dudas e interrogantes.

Enderezando el rumbo, tanto False Idols (K7!/False Idols, 2013) como Adrian Thaws (K7!/False Idols, 2014), marcados por el cambio de sello discográfico, muestran al Tricky más atinado y certero de la última década. Sin veleidades, sin patinazos, sin experimentos fallidos. Sin la maestría simpar de los trabajos que cincelaron su enorme estatus hace casi dos décadas, pero con la solvencia y dignidad que cabe esperar de él a estas alturas. Aunque será el escenario, como siempre, el que reforzará o socavará esos argumentos. La ocasión para despejar interrogantes, el próximo 14 de febrero en la sala Salomé.

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