XXII Festival de Jazz de València: El largo y cálido verano

por | 3 julio 2018 | Reportajes

Durante los meses de verano los festivales de jazz aparecen en el horizonte como un verdadero oasis, acercando al aficionado nombres que se suelen mostrar esquivos durante el resto de la temporada. Este año, el Festival de Jazz del Palau de la Música de Valencia se extiende más que nunca, comenzó el 2 de junio y finalizará el 17 de julio, con una programación que incluye conciertos de la Orquesta de Valencia y salpica los barrios de la ciudad, desde Benimaclet a Patraix o Ayora. Un variado mosaico de propuestas internacionales que se entrelaza equilibradamente con una representación caudalosa del jazz hecho en València.

JAZZ-VALENCIA-BEATBuika, Kenny Garrett y Salvador Sobral.

 

Pat Metheny es una de las estrellas más reconocidas que pasarán por el festival. Tras escuchar al guitarrista estadounidense es fácil reconocerlo, no importa si se acompaña de una simple guitarra acústica o de uno de los artefactos de su invención de los que a veces se sirve. La noche de 4 de julio el multipremiado artista dará cuenta de las razones de su magisterio. Lambchop, la veterana banda de country alternativo en la que Kurt Wagner susurra entre teclados al amparo de una producción exquisita, tomará la sala Iturbi el día 5. Bon Iver ha sido una referencia obvia a la hora de urdir este proceso que lanza los sonidos añejos del imaginario americano al siglo XXI; apostando por un resultado más pictórico y confortable, toman elementos del post-rock, del lounge, e incluso del hip-hop, para distanciarse de la angustia que suele oscurecer los logros de Justin Vernon. «Flotus», su último disco, está lleno de referencias oblicuas a la política -la mujer de Wagner es presidenta del Partido Demócrata de Tenesse. Sin embargo, emerge ante todo como una sosegada reflexión en torno al amor duradero filtrada con sabiduría.

Sin duda el momento más mediático del festival le está reservado, el 7 de julio, a Salvador Sobral. La fama del portugués se disparó al ganar Eurovisión en 2017 -aunque él afirma que lo mejor que le deparó este paso fue el poder compartir escenario con Caetano Veloso. En sus comienzos, tras indagar en la historia de jazz -su hermana Luisa tiene una acreditada carrera en este ámbito-, el joven cantante formó parte del grupo Noko Woi con el que actuó en el Sónar. También se familiarizó con Chet Baker, Ray Charles o Rui Veloso, a los que interpretaba tendiendo a la improvisación. Pero «Amar pelo dois», la canción que con su sensibilidad se impuso a la euforia consagrada al hedonismo kitsch, cautivó a un público de dimensiones insospechadas.

Cuando la gente le preguntaba a Miles Davis hacia dónde se dirigía el jazz, él decía que la respuesta la tenía el saxofonista con el que tocaba en esa época. Era Kenny Garrett, con el que estuvo desde 1986 hasta su muerte en 1991. Garret aterrizará el 8 de julio, escoltado por el musculoso cuarteto que forman sus músicos favoritos. Su estilo no únicamente satisfará a los admiradores de las atrevidas derivas propias de un John Coltrane tardío, sino que promete una energía que puede cautivar con facilidad a los incrédulos. En los conservadores -prácticamente en todos los ámbitos- años 90, la suya fue una actitud valiente. Desde hace tiempo está recogiendo el aplauso merecido. Algo parecido puede decirse de Al Di Meola, el gitarrista compañero de fatigas de Chick Corea o Paco de Lucía que actuará también esa misma noche.

Ningún compositor clásico se proyecta sobre el jazz moderno como Johann Sebastian Bach; su rigor armónico parece haber proporcionado las bases para el bebop y todo lo que siguió. Escuchando las notas, infinitamente mutantes, que caen del saxofón de Charlie Parker podríamos pensar que estas proceden de una fantasía del maestro de Leipzig. Y las técnicas contrapuntísticas de Bach han aflorado a través de incontables pianistas de jazz desde Bill Evans hasta Nina Simone. No resulta por tanto extraño que el virtuoso pianista Brad Mehldau haya homenajeado al genio barroco en su último disco. Ya cuando mezclaba a Radiohead con Chopin y jugaba con mutilar gentilmente las canciones de Nick Drake o los Beatles, era posible atisbar al fantasma de Glenn Gould convulsionado ante las Variaciones Goldberg. El 10 de julio, Mehldau llevará a cabo su particular ofrenda musical, distanciada del enfoque más amable de Jacques Loussier; como si alguien hubiera cogido «El clave bien temperado», lo pusiera boca abajo y lo reflejara en un tambaleante espejo de feria.

El saxofonista y cantaor gaditano Antonio Lizana representa lo mejor de la fusión del jazz con el flamenco. Confabulado con Amparo Sánchez (Amparanoia), el día 11 desplegará su luminosa lectura de la música árabe y del Este. En fechas posteriores la música valenciana asaltará el Palau. El día 12 será el turno del trompetista de Sueca Voro García, habitual colaborador de nombres de primera fila. Perico Sambeat evocará la noche siguiente el legado del iconoclasta Frank Zappa y su poderoso sincretismo musical, capaz de destilar el rock, el jazz y el blues en un bizarro magma creativo bajo el influjo de Edgar Varèssse y Pierre Boulez. Y Ximo Tebar, un imprescindible de nuestra escena, será el responsable de poner fin al festival el día 17. Pero antes, la mañana del 14 de julio se alborotará con la Sedajazz Kids Band.

Con Buika, ese mismo día, se señala una de las citas de mayor intensidad. Sus padres, exiliados políticos de Guinea Ecuatorial, llegaron a Mallorca, donde se crió rodeada de gitanos. Estas circunstancias propiciaron una identidad musical múltiple que estalló bajo el auspicio de pianistas cubanos, primero Chucho Valdés y después Ivan «Melón» Lewis, en un momento en el que la copla y el folclore comenzaban a declinarse bajo nuevas perspectivas. Chavela Vargas la llamó «mi hija negra», Almodóvar la reclutó para «La piel que habito», y su salto al inglés favoreció que alcanzara un impacto internacional. El compromiso con la excelencia se prolonga el 15 de julio con el estupendo saxofonista, y todavía más celebrado compositor Benny Golson. Esta leyenda de 89 años, para muchos el más relevante compositor de jazz de la actualidad, ha visto como gran número de sus composiciones («Blues March», «Whisper Not» o «Killer Joe») han merecido convertirse en standars, auténticos clásicos de su género.

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