El «putsch» de J.D. Vance

por | 17 febrero 2025 | Opinión

U.S. Army photo by Elizabeth Fraser (Creative Commons)

Sobre el apoyo explícito a la extrema derecha del vicepresidente de los Estados Unidos J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Los aliados de la Administración Trump no son los estados miembros de la Unión Europea sino los partidos y líderes nacionalpopulistas con sus mismos valores

En los Acuerdos de Bretton Woods (EEUU, 1944) se pusieron en marcha las principales reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo. Con la creación del Banco Mundial y el nuevo orden monetario se intentaba poner fin al proteccionismo económico del período negro de 1914 a 1945. Un nuevo orden que bebía del espíritu de postguerra, solidaridad y reconstrucción de 1945 y cuyas normas han estado vigentes aunque en menor medida desde 1970. Normas y espíritu que parecen oxidarse a marchas forzadas, a cada aparición estelar del inquilino del despacho oval enseñando con gesto duro a las cámaras un decreto proteccionista con firma angulosa y desafiante. Y que oxidará a las regiones del mundo que crean vivir en aquel contexto, el de Franklin Delano Roosevelt y no el de Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping.

Aquel impulso internacional de los vencedores frente al nazismo donde uno de sus axiomas era que las democracias liberales lideraran normas de convivencia y progreso en la economía mundial después de los horrores de los campos de exterminio, de la muerte y destrucción de la guerra nacionalista, parece dar los últimos coletazos después del inicio del caos trumpista y el apoyo explícito a la extrema derecha del vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Sí, ha tenido que ser en Múnich aunque no en una cervecería, cien años después.

Hoy, EE.UU. parece no cumplir ya los mínimos requisitos de aquel principio del gobierno de la economía y el comercio mundial por parte de las democracias occidentales ni tiene los objetivos de los países que fundaron la Organización del Tratado del Atlántico Norte para defenderse mutuamente. A Europa -la Europa fundada en los valores que aunaron los socialdemócratas y los democristianos después de la ayuda americana del Plan Marshall- la han abandonado. Donald Trump, ese agente naranja televisivo, magnético para las cámaras y la atención fácil, es presidente electo bajo un sistema institucional democrático pero sus proyectos son imperialistas en la forma intelectual más zafia, la del promotor inmobiliario. Y peor, sus valores son más bien cercanos al fascismo. En el viejo continente, ha dejado caer su agenda y a sus voceros, y sus aliados no son los estados miembros de la Unión sino los partidos y líderes nacional-populistas de extrema derecha con sus mismos valores fascistas, más cerca ideológicamente de los que disparaban a sus compatriotas en las playas de Normandía el día en el que miles de norteamericanos las tiñeron de sangre para liberar Francia de Hitler.

Con la declaración de guerra económica y de apoyo a aquellos que quieren dinamitar la convivencia y son ajenos a los valores europeos del lema “unidos en la diversidad”, a los que quedan en ese núcleo fundacional ideológico de lo que al principio fue una Unión para el Carbón y el Acero (el comercio, principio civilizatorio entre pueblos desde los fenicios), a los que saben diferenciar y valorar estructuras institucionales para la cooperación supranacional en una Europa empequeñecida en un mundo global, y a los que no caen en las trampas de las promesas de democracia directa de un führer y que están aún en mayoría, hay que indicarles que nos convendría prospectar otra geoestrategia y arrimarnos a otros actores globales pese a lo controversial que pudiera parecer. El cambio de mano de Europa significa su supervivencia.

En el mundo de hoy ya no hay valor añadido a la pertenencia o no a una alianza global liberal y democrática. Y Vance, además de desdeñar a Europa en una guerra que se juega en su territorio, nos lo ha dicho en la cara. Y es que si Trump (EEUU) decide tomar el control de Groenlandia -cosa ya probable- y agredir a un estado miembro de la Unión y miembro de la OTAN desde 1949 -Dinamarca- sería lógico entender que Europa reconociera a China su derecho sobre la isla de Taiwán y su política de una sola China. La isla, refugio del gobierno nacionalista después de su derrota y la fundación de la República Popular, ha sido independiente solo bajo la protección económica y militar estadounidense por un criterio únicamente anticomunista, de Guerra Fría y, por tanto, del mundo de ayer. Y eso, aunque en estos años se haya desarrollado una cultura democrática de su población con una nueva mayoría que apoya un gobierno independiente y no la restitución a su parte continental como promovían nacionalistas y comunistas a cada lado del mar de la China.

La defensa de nuestro sistema ya no depende de otras “democracias” y menos de las que nos amenazan y dinamitan principios básicos como los impuestos (justificando aranceles por el IVA aplicado a todos los productos) para construir una sociedad libre, justa, solidaria y pacífica. Ante la agresión estadounidense y la pinza con la Rusia de Putin, otra autocracia imperialista, hay que negociar con quién quiera y pueda defender el respeto a nuestro modelo de vida y no conspirar para destruirlo. A cambio, claro está, de progreso e intereses comunes para la inmensa mayoría de los habitantes de nuestro espacio, no sólo de una élite industrial a la que, especialmente en el sector de la automoción, se le han visto las carencias.

Un sistema, el europeo, basado en la economía social de mercado, con sanidad y educación pública y universales -entre otros mecanismos de bienestar, redistribución y manejo de lo colectivo-. Sistema de libertades y responsabilidades sociales que muchos europeos ahora desdeñan porque ni saben cómo se vive fuera de este rincón del mundo. Es, por tanto, hora de políticas defensivas -al menos para aguantar el embate de estos 4 años-, para mantener a raya a los populismos nacionalistas financiados y promovidos por estados ajenos y generar nuevas alianzas geopolíticas y económicas sin soberbia, dirigiendo la mirada al lejano Oriente pero no tanto para vender Audis que ya no necesitan sino para que nos enseñen el camino de los Xiaomis eléctricos que fabrican mejor que nosotros. Porque jugar a la violenta política trumpista de aranceles es hacerse trampas al solitario y retroceder aún más en la vanguardia industrial del siglo XXI además de significar un flaco favor a los ciudadanos europeos a los que se les conmina a sumarse a una transición energética verde pero aún no accesible para todos los bolsillos. Si entre ogros, “comunistas” o “capitalistas” en lenguaje de un pasado irreal, anda el juego, elijamos al aliado que nos respete.

Y todo esto que, paradójicamente, sea en defensa de nuestra democracia y sistema de valores occidentales. Empezando por el bienestar para las generaciones futuras y la supervivencia ecológica del planeta, nada más y nada menos.

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