Maronda: «Creo que hago puertas castellanas en tiempos de Ikea»

por | 7 junio 2021 | Entrevistas

Llegó la Covid-19 e hizo tabla rasa de cualquier uso anterior en la escena musical. Igualándolos a la baja, desde el más destacado hasta el último de la fila, todos los creadores quedaron hermanados en un limbo cruel del que ahora mismo pueden pensar en ir saliendo aunque –razonablemente neutralizado el bicho que arrasó con todo- el artista modesto deberá volver a las andadas, y medirse de nuevo con los viejos e igualmente víricos demonios que corroían su oficio incluso en tiempos de bonanza. Que nunca fueron pocos. El primero, y no menor, el de que todo artista debe tener su perfil. Todos tenemos uno, al menos anatómico. Pero en el impostado mundillo musical -exigida condición- obligado es que éste sea especialmente preciso y claro si se persigue, primero que te reciban y te dejen pasar al club, y luego transitar en ese camino de notoriedad y permanencia que -desde Raphael a Los Planetas- solo alcanzan aquellos incombustibles de perfil más que afilado: “Aquí estoy yo, vengo a cantarte lo que necesitas, y soy lo que buscas aunque no lo sepas”. Lo contrario, seas quien seas, y aunque previamente hayas ofrecido pruebas musicales de sobra, es vagar como pieza suelta de rompecabezas sin encontrar acomodo. Ni en tiendas que podrían vender tu música, ni en salas para verte en directo, y aún mucho menos, en los acaparadores festivales actuales.

De modo que aquí estamos plantados frente a uno de esos damnificados que en pocas de esas concentraciones musicales encontró fácil acomodo: Pablo Maronda al aparato. Mediáticamente, salvo que recurramos a los términos más manidos del mercado, ya sea pop, rock o folk: un músico sin perfil codificado. Pero sería injusto echarle toda la culpa a la desorientada audiencia: poco recorrido puede tener hoy un disco cuando su autor ni se regodea en conceptos, ignora reinvenciones o elude la obligada interculturalidad musical. Todo lo contrario, el muy insolente, una nimiedad demodé, únicamente se obstina en hacer buenas canciones con envidiable puntería. A no ser, claro, que ese sistemático atentado a la normalidad vigente sea su verdadero perfil y -aunque reconocible- genere indiferencia en su despistada audiencia. Dejémoslo ahí. Porque a pesar de ello, tozudo el hombre, el impecable repertorio de este valenciano del 78 probablemente exhiba la mayor relación de hits abortados que durante la década pasada nos regaló en vano la escena local. Y todo ello sin que tan generosa costumbre del que los firma haya sufrido variación alguna por el camino iniciado desde 2011.

Aquí y ahora, aproximadamente los que leemos estas líneas y algunos cuantos más, quizás seamos los únicos no sospechosos del desaire. No queda otra que reafirmarse: Maronda sufre la bendita patología de la inspiración, y como buen y radical anticuado, nada a contracorriente trabajando básicamente sobre melodías, desestimando estructuras y ritmos, y jurando que jamás deconstruirá una sola de sus canciones. Como ahora es ley. Esta intermitente conversación con un tipo culto, locuaz y sincero, comienza recordando viejos tiempos:

«Mis orígenes musicales son un batiburrillo de sonidos que escuchaba en el coche familiar: cantautores tipo Jorge Cafrune, Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, Atahualpa Yupanki, etc. Quizá algo de AOR mezclado con progresivo. El primer grupo por el que tuve fijación fue Dire Straits, con diez años, después Queen, con unos doce o trece. Luego me pasé a los Beatles, los Kinks, la Velvet, Bob Dylan y la psicodelia. Más tarde al resto de géneros, pero desde una perspectiva de coleccionista, leyendo revistas como la MOJO británica, que para mi era un poco la piedra de Rosetta del pop arcano. Me costó entender la música como un género vivo, actual, y escuchar cosas de mi tiempo. Hasta la explosión del brit pop no me conecté con nada actual. A partir de ahí me abrí a infinidad de géneros y sonidos. Cada vez con los oídos más libres, menos atados a prejuicios vintage. También he aprendido a apreciar mis raíces: grupos o intérpretes de los que renegaba en mi juventud y ahora me parecen increíbles. Es el caso de Cecilia, por ejemplo.”

Solista, dúo o grupo, siempre creímos que Maronda era cosa de dos. ¿Cómo funciona creativamente el dúo y cual sería el reparto de papeles entre tú y Marc Greenwood? Emociona el clasicismo que manejáis sin realces forzados que os pudiese acercar al vigente mainstream indie. ¿Nunca os pasó seriamente por la cabeza ese tipo de crossover?

Las canciones en Maronda se escriben a guitarra, papel y lápiz. Las escribo yo (Pablo), las grabo en el móvil para que no se me olviden, y cuando tenemos suficiente material como para un disco se las enseño todas de una a Marc, que es quien me ayuda a decidir el tempo, los arreglos, si aquel verso se repite o no, etc… Por otro lado, siempre he pensado que canciones como “Improvisado” o “Tiemblas” son puro mainstream. “Tiemblas” llegó a sonar en M80, sin ir más lejos.

De todas las etiquetas musicales, la más vaga (y dañina, en cierto modo) es la de hacer pop. Y eso que, probablemente, ese vocablo sea el mayor hallazgo semántico para definir el folklore global del siglo XX. Porque lo que tú haces, y dado que tus textos no parecen optar por explicar minuciosamente el mundo que nos rodea, debe ser pop, ¿no?

Mis premisas son hacer buenas canciones pop. Cada vez soy más simple. Menos ambicioso en mis explicaciones. Se trata de buscar la cuadratura del círculo del álbum pop que uno sueña en cada momento: con su proporción de bajones y subidones.

Vendo una forma de hacer música cada vez más marciana. Las melodías no viven un buen momento. Me da la sensación de que prima la producción. Ese quizá sea un motivo por el que no encajamos entre tanta propuesta cortada con escuadra y cartabón. Creo que nuestro momento ha pasado, si es que alguna vez lo tuvimos. Somos una banda pequeña, con aspiraciones pequeñas. La mía es dejar media docena de discos reconocibles y de los que sentirme orgulloso con el paso del tiempo. De momento han pasado diez años de «Cambiada» y suena tan fresca como el primer día. ¿No crees?

Ya lo creo. Y tanto. Vale, haces pop, pero sabes que decir pop implica consigo toda esa patraña de que solo es un género lúdico, un tanto trivial y de escaso recorrido creativo. Evidentemente una falacia, porque tus canciones sugieren mucho más. ¿Qué parte íntima crees que muestran tus canciones? ¿Qué finalidad le das a tus textos? Por cierto, de una métrica impecable …

Las canciones son ficción pura: usas vivencias personales pero no las vuelcas, las reciclas. Una melodía de diez es lo que siempre me ha definido y me definirá. Canciones como “The fool on the hill” de Beatles u “Old man” de Love me han hecho querer meterme en esto. El texto va en la dirección de la actitud de la canción. Hay más de métrica de lo que la gente cree. Le doy muchas vueltas hasta que las palabras encajan una por una. Es más importante eso que el sentido de la canción en un momento dado.

Comparto tu definición sobre la naturaleza literaria de tu oficio. Creo también que ese método ha sido el proceder más usual manejado por la inmensa mayoría de creadores del rock: ¿acaso son muchas las canciones históricas que nos interesen más por sus textos que por la música?

Por regla general no busco un texto excelso si no que encaje métricamente en cada golpe de voz. Hay canciones que, indudablemente, tienen una parte más textual (“Pastoral de tierras baldías” o “Diez días bastó con Bizancio”) y otras son mero acompañamiento fonético, como es el caso de “Tiemblas” o “Impresionable”. Como no sigo reglas generales, suelo hacer lo que pide la canción en cada momento: a veces toca poner el foco de lleno en la letra y otras servirle una letra en bandeja que no moleste; una letra «de acompañamiento», vaya. «Colours» de Donovan sería un buen ejemplo. No es cuestión de hacer un listado sino de señalar que hay canciones que no funcionan como texto sin música porque forman parte de un todo, que es la canción, y fuera de esa intencionalidad del recitado pierden la gracia a nivel estético.

¿Cantas o interpretas tus canciones?

Te diría que se cantan simple y llanamente. Eso per se es una forma de interpretar. Sin mucho artificio, de la manera más natural posible. No me considero una garganta privilegiada y la única baza que juego es la de la naturalidad. Oigo canciones como «Ángela» o «Volverás» y percibo esa sensación con una fuerza indeleble, que es un poco lo que he querido buscar como intérprete. No hay fuegos de artificio aquí sino simple y llanamente un tío normal contándole a cosas de la vida con la misma cercanía con la que le hablas a un amigo de tus cosas. Eso también está presente en el tono conversacional de algunas letras como «He hablado con ella» o «Tiemblas». Ni más ni menos.

¿Comentamos tus primeros cinco discos editados? ¿Los rememoras con algún nexo de unión conceptual, o tras el tiempo trascurrido los ves como una simple suma de canciones respondiendo a un momento concreto?

El primer disco fue un acúmulo de canciones que íbamos grabando sobre la marcha. En los siguientes discos sí ha habido una intencionalidad más conceptual, en el sentido de que esté el repertorio equilibrado, que haya un itinerario sonoro… cierta congruencia argumental por decirlo de algún modo. “El fin del mundo en mapas” (2011) me suena falto de intencionalidad. No se sabe hacia dónde tira. Hay grandes canciones como “Cambiada” o “La campiña” pero sobra material. Podíamos haber sacado dos EPs en lugar de un disco.

Dos eps y cuatro canciones en cada uno de ellos son ocho … ¿Ocho temas propios -y sólidos- en un LP de debut te parece poca cosa? Ni los Beatles en su primer álbum consiguieron esa proporción … no te digo en “Let it be”, su despedida… Vale, es medio chiste … pero ¿no eres muy inflexible con tu propios discos? Más allá del número de buenas canciones que incluyese ese debut, y una cierta endeblez en arreglos, lo acabo de escuchar estos días y hasta eso le daba un toque de bendita inocencia. Aún recuerdo el sobresalto cuando escuché por vez primera “Sin ministerio” y esa cosa de que “ella es tan guapa, tan guapa, tan guapa, no tiene perdón de Dios, y cuando llora no hay peor injusticia que estar en su corazón”. Ufff , qué canción … por fin una letra que huía del término “hermosa”…

“La orfebrería según los místicos” (2013) es nuestro disco más redondo en cuanto a temas y producción. Un 30-40 por cien del repertorio que utilizo en solitario o con banda sale de ahí. “Vibraciones” (2015) fue una digna continuación. 10 canciones y apenas deja respiro desde la explosión de “Brindar con detergente”. Mi segundo disco favorito hasta la fecha.

Si, un derroche de melodías inspiradas que aún mostrando referentes, enseguida se diluyen ante tu impronta personal. Cantas ya con un despego y una distancia más madura. Realmente cool. Imagino tu frustración ese verano viendo que “He hablado con ella” ni de lejos pudo competir mediáticamente … qué se yo, por ejemplo, con la vulgarcilla “Emborracharme” de Lori Meyers. Ambos muy parejos en composición, sonido y producción, “Vibraciones” me parece más potente. Por cierto, fue bonito que Madmua editase simbólicamente en single el “Improvisado”, de alguna forma enmarcándolo justamente. Lástima que Neil Tennant no reparase en ello e hiciese con él una de sus remixes. Parecía estar hecha a su medida.

En el 17 sacamos “Patrones de fuerza”, el disco pasó sin pena ni gloria por un cúmulo de circunstancias, pero creo que sigue la línea ascendente marcada desde “La Orfebrería”. Es un disco al que cuesta acceder pero que una vez dentro da grandes satisfacciones: ahí están “Alexanderplatz”, “La gota malaya”, “La muerte infinita” o “Actos de pura abstracción”.

A día de hoy me parece tan valioso como cualquiera de los anteriores, en principio chocaban detalles de producción y arreglos que con sucesivas audiciones –aunque ahí estén- han quedado orillados por la evidente fuerza de los temas. Es más, el que lo titula, la estupenda “Patrones de fuerza”, luce en tu cancionero un brillante y repetitivo arreglo de guitarra realmente novedoso.

Pues curiosamente esa canción entró en el disco para satisfacer a esa parte de la audiencia que a ti no te gusta; por tener una canción «festivalera», hablando en plata.

Insólito vergel” (2020), esa colección de descartes, caras B y maquetas, acaba dando ajustada imagen de la amplitud y capacidad de tu discografía: cualquier tema de los incluidos ni mucho menos desentonaría en los anteriores. Tu quinto álbum con todas las de la ley.

Efectivamente, no es un álbum de descartes por motivos de calidad sino de concepto. Son canciones que no encajaban en el discurso de discos anteriores porque repetían ideas o porque había una disonancia muy acusada con el discurso formal, pero cumplen los estándares de lo que entendemos por una buena canción. También incluye alguna avanzadilla de lo que iba a ser “El amor brujo”, nuestro quinta referencia eléctrica, de momento en el cajón de los proyectos malogrados por la pandemia. Hemos llegado a la conclusión de que no era el momento de un nuevo disco en la línea de los anteriores y vamos a dejarlo en stand by.

Eres como una biblioteca musical, por eso no sorprende tu faceta de versionar clásicos, a veces incluso lanzándote temerariamente sobre todo un álbum referencial y al completo, como fue el caso del “Cold fact” de Sixto Rodríguez. Lo que asombra es la facilidad como entras en canciones ampliamente codificadas tanto musical como históricamente.

Creo que las mejores que hice han sido «The fairest of the seasons» de Jackson Browne, que hizo para el primer álbum de Nico, que nunca la he grabado y que la rebauticé como «La más bella de las estaciones»; «Botones dorados», o mi particular revisión del «Brass buttons» de Gram Parsons y «Quinta Dimensión», que no es otra que el «Fifth Dimension» de The Byrds. Hay más, y alguna que se me ha resistido después de romperme la cabeza en vano, como la imposible «Brodatzen Ari Nintzen», una antigua canción del folklore vasco recogida por la banda Haizea en los 70, que a mi me parece flipante. Las versiones nunca las hemos metido en los discos porque tienen un recorrido complejo de solicitud de permisos, derechos de autor, etc … que no siempre prospera en el caso de las adaptaciones, que es lo que hacemos nosotros.

Dentro del proceso de descomposición que sufre la industria musical, la degradación del puesto de A&R es una pérdida especialmente notable. Nunca entendí del todo –si es que alguno de ellos llegó a escucharte- cómo no te compraban alguna de ellas, y en el caso de que tú no les importases por lo que fuese, se las ofreciesen a otros. Como aquellos legendarios songwritters, ¿te apetecería venderlas a otras voces e incluso en géneros a contra estilo?

Sigue habiendo A&R, lo que pasa es que lo que vendemos no está en la línea que rompe ahora. La industria discográfica funciona con una idea muy clara de lo que es rentable y no espera a nadie. ¿Me gustaría componer para otros? La pregunta es si a otros les gustaría que compusiera para ellos, pero si me pusiera a hacerlas me daría absolutamente igual ocho que ochenta. Francamente, creo que hago puertas castellanas en tiempos de Ikea.

Además de tus seguidores, obviamente, tus discos nunca dejaron de recibir serios halagos, tanto de músicos locales como de fuera. Tampoco leí una sola crítica negativa que dudase de tu propuesta, imagino que el silencio de los que callaron debió ser lo peor. ¿Te ocupa mucho todo eso de «nosotros, los hermosos perdedores y los artistas malditos e incomprendidos”? Si como dices, tu objetivo es dejar media docena de discos valiosos es porque esperas que, trascendiendo al tiempo, el futuro los revalore de forma distinta y más generosa. 

Bueno, ese misticismo del autor incomprendido nunca me ha gustado. También es cierto que hay obras que no están hechas para el consumo rápido: el “Village Green” de los Kinks o el “Heliotropo” de las Vainica han vendido más a toro pasado que recién salidos de fábrica, sin perder un ápice de vigencia. Otros trabajos no funcionan hasta que la labor de un curador los pone en perspectiva a través de recopilatorios; el popsike español por ejemplo ha languidecido en cubetas durante años a falta de una etiqueta que lo revalorizase. No hay que obsesionarse con la idea de trascender … en cualquier caso, los discos se hacen en mayor medida por un afán de satisfacción personal.

Escucho emocionado hoy “La propia inercia”, esa pequeña perla que abre el reciente “Canciones de vino y sombra”, y la pregunta es obvia tras –exactamente- una década de trayectoria tan accidentada como irrefutables logros artísticos. ¿Dónde situamos este vuestro nuevo disco?

Claramente abre una nueva etapa marcada por nuevas sonoridades más en consonancia con ciertos referentes que hasta ahora habíamos mostrado tímidamente (en “Pastoral de tierras baldías” o en “La piedra negra” ya estaba ese folk preciosista e introspectivo) y en los que nos apetece insistir a nivel conceptual.

Entre varios cortes más, escuchar ese primor que es “La vendedora de yesca” y caer en la melancolía, es todo uno. Es el matiz general que define el álbum. Por su emotividad musical, obviamente, pero sobre todo porque sus palabras, tus textos, suenan próximos y más reconocibles bajo este nuevo tono de un disco que has dado en llamar folk. Solo me perturba que el hallazgo no diluya más tu desdibujado perfil. Y aún peor, que ese posible desdén debilite tu voluntad de continuar regalando momentazos a ese nivel.

Soy consciente de que tengo un cierto hartazgo de la misma dinámica años tras años, y con esta premisa no quiero ponerme una fecha límite para nada, lo que me apetece es hacer lo de Paddy McAloon (Prefab Sprout) o Edwyn Collins (Orange Juice), grabar cuando hay ganas de contar algo o cuando simplemente me apetezca y se de la circunstancia. Pero sobra fuerza para continuar. Quédate con eso.

Que así sea, pues, artista.

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