“No encontramos más interesante cantar a lo mundano que a lo mágico, sino que encontramos lo mundano mágico: lo cotidiano siempre nos sorprende”, afirma David Tattersall, vocalista de The Wave Pictures. Procedentes de un pequeño suburbio rural entre Leicester y Notthingham, aunque ahora afincados en Londres, estos británicos pueden ser considerados como los continuadores de la misión poética que emprendió el inolvidable folk urbano de Hefner. Sus composiciones se mueven entre el rock y un folk-pop de corte low-fi herido por un toque tragicómico, desaliñado, anémico y crepuscular; aferrado a tímidas argucias que lo mantienen en pie.
Estos son los ingredientes de una alquimia que les ha permitido consolidarse en el tiempo. Marcados a fuego por una ironía muy particular, a su modo tristísima, conectan con el lunático cancionero de Jonathan Richman y con las músicas de gente coetánea como Jeffrey Lewis o Herman Dune (banda con la que han colaborado a menudo). Aunque se trata de una formación reciente, The Wave Pictures han demostrado una actividad frenética en los estudios de grabación, creando un mundo de una coherencia envidiable que se expande por discos como The Airplanes at Brescia (2004), The Hawaiin Open Mic Night (2005) o If You Leave It Alone (2009).
Bendecidos con la capacidad de hacer fermentar el legado de Donovan y Cat Stevens, pintan viñetas de sabor agridulce; pequeños milagros que parecen suspendidos fuera del tiempo. Su humor bascula entre lo surrealista y lo absurdo, y se convierte en sostén de una de las anomalías musicales más gratas que nos ha deparado los últimos tiempos. Letras brillantes en las que lo sublime y lo ridículo echan un pulso, sacudiendo el exceso de gravedad que emponzoña buena parte de la escena actual. Son nobles restauradores del sentido de la maravilla que lo corriente nunca tuvo que haber perdido. Pero también sentimos el pálpito de las viejas músicas: Hank Williams, el Bob Dylan de los años 60 o Big Bill Broonzy. El deseo de atrapar la magia de una época desaparecida en la que todo parecía tener un sabor más auténtico.
Como es habitual, sus discos no nos deparan sobresaltos, pero en Susan Rode The Cyclone (2010) nos mostraron un sonido más electrificado, a ratos casi garajero. En “Cinnamon Baby” se asoman al blues para regalarnos en otras composiciones esa melancolía de provincias típica de The Smiths. Lecciones que parecen madurar a través de un paseo campestre, estallando en pequeños prodigios como “Sweetheart” o “Blind Drunk”: la sencillez logra un hechizo que centellea.
En City Forgiveness (2013) nos espera un rhythm & blues exprimido en su esencia más pura, pero también destellos tropicales y rock con la vista clavada en los logros de la Velvet y el primer Lou Reed. “I Could Hear The Telephone”, escrito junto a Billy Childish, es un momento de arrebato que podríamos describir como una mezcla entre Violent Femmes y Neil Young a la guitarra. Y por una vez su habitual austeridad se deja seducir por las sinuosidades de un saxo que hace relucir todavía más sus composiciones.
“Mi cuerpo es como una tele estropeada, con la imagen del chico que solía ser parpadeando incesantemente”, insólitas perlas como ésta nos sorprenden y fascinan en cada escucha. La lírica de esta banda que nos visita con mucha frecuencia, y cuyo retorno contemplamos ya con la calidez del reencuentro con un viejo amigo, sigue siendo simple solo en la superficie, entregándonos humor y amargura en las mismas dosis. Nosotros preferimos esquivar la tentación de descifrar esos galimatías costumbristas en los que enredan imágenes que nos descolocan, dejándonos siempre tanta confusión como deleite.