El post punk de la nueva València oscura

por | 28 enero 2022 | Música, València

Xenia. Foto: Alex Gisbert. La Plata y Margarita Quebrada. Foto: Nacho López

Lo dice el topicazo: la tierra de las flores, de la luz y del amor. Los 300 días de sol al año. La jarana fallera. El caliu de esa joie de vivre tan particular de la terreta. No es un relato que se lleve demasiado bien, a priori, con el juego de sombras del post punk más oscuro, el de raigambre ochentera. Los bajos bien marcados, la profundidad de campo de unos teclados fríos y amenazantes, las voces angustiadas que se debaten entre la alienación y la pesadumbre y esos textos que definen tan bien un pathos que es muy de ahora (pero bien podría ser de hace cuarenta años) no son elementos que parezcan avenirse demasiado bien con la idiosincrasia local. Es la nuestra una ligereza, una liviandad (que transpira en muchas de nuestras músicas, y para bien) que aquí tiene un contrapunto en forma de profunda sima emocional. Paradójico.

Y aun así, estos sonidos siempre han anidado – con cierta intermitencia – pero con rotundidad por aquí. Su magnetismo aún es patente en algunas giras de viejas glorias. Aquellas que sonaban en las discotecas y en las emisoras de radio de la ciudad hace más de tres décadas. Aquellas que, aunque ahora nos parezca inconcebible, hasta se podían bailar, por espectral o tenebroso que fuera su mensaje. Aquellas que aún ganaban batallas después de (casi) muertas, como los Bauhaus que llenaban Arena en 1998. El influjo eterno de Joy Division, Siouxsie & The Banshees, The Cure, The Chameleons, Sisters of Mercy o The Danse Society. Por citar solo unos pocos. Fenómenos mundiales y otros que tan solo lo fueron de forma diseminada, recabando un eco singular a esta orilla del Mediterráneo. Esas líneas de guitarra que se corean como si fueran estribillos épicos. Aquí resuenan más que en ninguna otra plaza.

El post punk, en su versión más sombría, en manos de una nueva generación

De un tiempo a esta parte, se han ido multiplicando las bandas de post punk oscuro. Sintonizando con lo que se cuece al mismo tiempo desde otros rincones del estado, pero casi siempre con un acento autóctono. Intercambiando sus componentes, en muchos casos. Es una madeja orgánica, una escena en continua transformación, al socaire de la fugaz volubilidad de un tejido cultural que depara escasos visos de continuidad. Qué novedad.

La gran avanzadilla fueron Antiguo Régimen. Quizá nadie lo imaginaba entonces, cuando estaban en activo. Fue entre 2013 y 2017. Con el tiempo, son involuntarios precursores. Sus dos álbumes, Política de tierra quemada (2013) y Naturaleza Fractal (2016), son esenciales para entender el renacer de esa oscuridad post punk que conecta ahora, muchas veces sin saberlo, con lo el que facturaban durante los años ochenta grupos también valencianos como Ceremonia, Sade, Esgrima o Última Emoción. La tradicional intermitencia editora local quiso que casi todo aquello se desvaneciera durante los años noventa y gran parte de los 2000: tiempos de indie rock, pop saltarín, funk rock en modo crossover y luego fashion rock, simplificando mucho para no marear demasiado la perdiz. Nos entendemos, ¿no? Apenas Ambros Chapel estaban ahí, aunque rara vez se les reconozca y menos aún se les prestigie desde las trincheras del underground. Y desde 2006 llevan, aún en activo. Filtrando a su modo los preceptos de The Cure, The Church y Bryan Ferry, tal y como esgrime su bandcamp. También Pronoise, aunque desde una mirada más industrial, han destacado en los últimos tiempos como músicos no precisamente debutantes.

Antiguo Régimen, junto a Polígono Hindú Astral, simbolizaron la conexión con una generación de grupos inmediatamente anterior, la de proyectos tan seminales como Le Jonathan Reilly, Salchicha, Estrategia Lo Capto!, Caballo Trípode o Venereans, que estilísticamente tenían poco que ver con todo esto, por mucho que alguno de sus miembros (de Antiguo Régimen, queremos decir), como el guitarrista Johnny Contencioso, pasara por todas esas formaciones. Los intrigantes Tercer Sol también han formado parte de esa pléyade de bandas, devotas de la oscuridad aunque en su caso con un punto más etéreo y ambiental, menos ligado al clásico esquema de la canción pop. Al igual que el propio Julio Tornero en su proyecto en solitario ya al margen de Antiguo Régimen. Una lid en la que podrían perfectamente limitar con propuestas como Güiro Meets Russia, más escorada a la dinámica del kraut rock.

No es para nadie un secreto que el eslabón más visible en esa cadena evolutiva durante los últimos tiempos han sido La Plata: un quinteto mucho más joven, formado por músicos que apenas rozan la treintena, y que siempre ha declarado sin ambages que Antiguo Régimen figuran con caracteres dorados en su misal particular. Su progresión en los últimos tres años es evidente, tan solo cortocircuitada en directo (en 2018 no había festival que no pisaran) por la pandemia, y predice frutos aún mucho más jugosos, mientras algunos de sus miembros se entretienen en proyectos paralelos que, como Luz Verdadera (Diego Escriche y Patricia Ferragud), no abjuran de aquella melancolía after punk, aunque prescindan de la voz y desechen las guitarras en favor de los sintetizadores. No muy lejos de ellos anda también Xenia, una de las pocas mujeres protagónicas en una sensibilidad que – ay – al menos aquí en València luce fundamentalmente masculina, exactamente como pasaba con sus referentes foráneos de los años ochenta. Casi siempre fue así, la verdad.

No incluimos en este recuento un buen puñado de grupos emergentes adscritos a un concepto del punk más básico y ortodoxo, ya que su detalle sería interminable. Pero sí es obligado resaltar a los dos estandartes de la renovación dark desde un filtro post punk en València. Los más destacados, con diferencia: Margarita Quebrada y Mausoleo. Con los Semana Santa siguiéndoles aún a distancia, que su producción es menor y a veces priman más el punk que el post. Tanto Margarita Quebrada como Mausoleo detentan, desde sus respectivos primeros álbumes (ya de 2020, parece que ha pasado un mundo), ese dinamismo vidrioso y melancólico que evoca la recurrente nostalgia por lo no vivido, si es que nos atenemos a lo estrictamente sonoro: inagotable manantial de inspiración en cualquier fértil escena pop que aspire a regenerarse.

No es casualidad que la sombra de los primeros tiempos de la Ruta Destroy sea un recurso periodístico al que con frecuencia se acogen quienes describen el poder evocador de todo este argumentario, el de ellos y el de todos sus correligionarios, muchas veces con la aquiescencia de los propios músicos, aunque ninguno de ellos la hubiera podido trasegar de primera mano por una simple cuestión de edad. Que hablamos de hace más de treinta años. Curiosamente, el orgullo neobakala del segundo tramo de aquel festín nocturno lo explotan hábilmente formaciones como VVV (Trippin’ You), que son de… Madrid. Lo de los profetas y la tierra, vaya. Pero efervescencia, toda.

Mausoleo.

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