Se pueden contar con los dedos de una mano los grupos de cada generación que desde València han logrado triunfar en el resto del Estado. Desde aquel triunvirato formado por Seguridad Social, Revólver y Presuntos Implicados que despuntó en los primeros años 90, han sido escasas las bandas valencianas que han logrado un visibilidad notable en la escena estatal del siglo XXI: La Habitación Roja, Obrint Pas, Los Chikos del Maíz, Polock o La Raíz, entre otros pocos.
Tal y como reconoce Rafa Cervera, veterano periodista musical valenciano, uno de los más reputados a nivel estatal, y que estuvo afincado durante muchos años en Madrid: “A los grupos valencianos se les prestaba atención en casos muy concretos, eso es algo que ocurre con grupos y artistas de otras provincias. Hay que trabajar duro para que te hagan caso en Madrid pero se puede conseguir. Lo lograron La Habitación Roja y luego Polock y Tórtel, entre otros. A Madrid llegan montones de discos y grupos y el proceso de selección y supervivencia es complicado. Y luego está el hecho de que València es muy endogámica”.
La oferta hoy en día es más variada que nunca en todos los estilos: rock, pop, jazz, electrónica, reggae, rap … Una oferta variada y de calidad. “Hay muchos y muy buenos grupos con estilos muy diferentes en València, no sé si llamarlo escena, pero es un hecho que aquí el nivel de bandas con calidad por metro cuadrado está por encima de la mayoría de ciudades. Algo que suelo escuchar bastante cuando salgo de la ciudad es: ¿Qué os dan de comer en València para que salgan bandas tan cojonudas?”, cuenta como anécdota Pau Monteagudo, líder de Corazones Eléctricos y en su día cantante de Uzzhuaïa, desaparecida banda de hard rock valenciana que desde la terreta logró convertirse en una de las más respetadas en el panorama estatal la década pasada.
Soledad Vélez, compositora chilena afincada en València desde hace una década, y que ha publicado su último disco hasta la fecha con el sello independiente madrileño Subterfuge Records, también resalta la calidad y cantidad de los grupos musicales de València: “Hay mucha escena en València, y hay muchos proyectos buenísimos, como por ejemplo Salfvmán, Carolina Otero, Chloe’s Clue, Emma Get Wild, Meridian Response, Lanuca… He puesto solo proyectos de mujeres, que luego dicen que no hay. Y a mi parecer son proyectos de mucha calidad”.
“Somos la comunidad con mayor densidad de músicos encerrados en locales de ensayo, pero el impacto de lo que hacen profesionalmente es desproporcionadamente escaso”, cuenta Eugenio Viñas, cantante de los desaparecidos Twelve Dolls y hoy en día redactor jefe de Culturplaza. “Existe una escena porque, tal y como yo lo entiendo, es inevitable. No obstante, es una escena sobrevenida. Por existencia y cohabitación. Lo que no existe es una escena en el sentido de la unión, de la estructura. Nuestro componente más nocivo es que, al contrario de lo que sucede entre Asturias, Cantabria, País Vasco o Navarra, al contrario de lo que sucede en Cataluña o Baleares, aquí la escena es muy distante con el éxito de quien le rodea. En los citados territorios es súper habitual acudir a los conciertos de los compañeros de local, de los que tienen esas mismas aspiraciones… En València somos muy cainitas para el asunto”.
Cainismo, otro defecto que parece arraigado en la idiosincrasia de la terreta, y también saca a la palestra Jorge Martí, cantante y guitarrista de La Habitación Roja, posiblemente la banda valenciana con mayor proyección en el exterior en la actualidad: “Sí que veo en València, desde la distancia (Martí reside en Noruega), que hay gente ciertamente cainita y eso no ayuda. Una cosa es ser crítico y otra destilar odio y envidia cuando a alguien le va bien aún habiéndoselo ganado. Parece que ‘We hate it when our friends become successful’ que decía Morrissey”. Esa falta de unidad hace que se haga difícil hablar del panorama como de una escena: “Hay cantidad y hay calidad, otra cosa es que haya una escena organizada, lo cual ya es más complejo, porque por lo general los músicos siempre hacen la guerra cada uno por su cuenta y no hay una conciencia de gremio como tal”, opina Martí, para el que la comparación con otras escenas no dejan en buen lugar el caso de València: “Lo único que podría reprocharle al hecho de ser valenciano es el que no hayamos tenido unos medios públicos con la suficiente fuerza y calado como para fortalecer lo propio de la forma en que sí lo han hecho por ejemplo en Catalunya, donde he de decir que tras años de apoyo a la música que allí se hace, se ha creado una escena y hay un público y un tejido consistente, con claros exponentes que han conseguido aunar calidad y éxito comercial. Y mira el ejemplo de Granada, que siendo una ciudad relativamente pequeña ha sabido vender su marca de alguna manera y de allí han salido grupos emblemáticos del pop español de las últimas décadas”.
Pueda hablarse de escena o no, lo cierto es que la mayor parte de los músicos que conforman el panorama militan en grupos no profesionales en la gran mayoría de los casos, que tienen que compaginar su actividad musical con otros empleos. Pero, ¿cómo profesionalizarse en una tierra en la que falta industria? Para bien o para mal, los grandes sellos o las agencias de comunicación están en Madrid o Barcelona, no en València. “Es en Madrid y en Barcelona donde están las discográficas importantes, las agencias de booking, los medios de comunicación nacionales y la mayoría de promotores. Al estar así de centralizado es difícil funcionar completamente desde València” cuenta Pablo Silva, guitarrista de Polock, otra de las bandas valencianas que hoy en día goza de protagonismo a lo largo y ancho del país. Los escasos sellos con los que se cuenta a nivel local, como Malatesta, Hall of Fame, Comboi o Mésdemil parecen embarcados en una lucha contra los elementos y orientados a un público muy específico y minoritario por ahora (aunque este último ha dado un salto importante en su producción desde 2015), solo Maldito Records podría equipararse con otras relevantes compañías estatales. Son esos grandes sellos y las agencias de management y booking las que permiten a un grupo posicionarse más allá del ámbito comunitario, aparecer en medios nacionales, realizar giras por todo el país, y actuar en los grandes festivales. Infraestructuras de las que por el momento carece València. Y para llegar a ellas, hay que invertir, como en cualquier negocio, con la esperanza de obtener unos beneficios inciertos. “La resonancia a nivel nacional se consigue en parte sabiendo que hay que hacer grandes esfuerzos para que te hagan caso y que es muy posible de que eso no llegue a ocurrir nunca”, señala Cervera.
Las redes sociales ayudan a darse a conocer, pero para fichar por un sello de Madrid o Barcelona no basta con abrirse un bandcamp o publicar un evento en Facebook a los que invitar a los amigos. Invertir y seguir reinvirtiendo lo ganado, así lo explica por experiencia propia Monteagudo: “Cuando pudimos, con el poco dinero que hacíamos en algún festival local, apostamos por un productor/ingeniero de sonido para grabar el disco (pocos lo hacen y debería ser así), invertimos lo que pudimos en promoción y en cada disco conseguíamos subir otro escalón, grabar discos en otros estudios, invertir en la gira, videos… y cada disco vuelta a empezar”. Los inicios tampoco fueron fáciles para La Habitación Roja, tal y como recuerda Jorge Martí: “Hemos invertido en equipo desde el primer día, en tocar y en promocionar nuestros conciertos, poniendo carteles, repartiendo flyers a la salida de los de otros grupos más conocidos que nosotros. Hemos dormido en casas de colegas, en la furgoneta que llevábamos, que apestaba a pescado porque era la furgo del restaurante de los padres de Jose, nuestro batería”.
Tal vez, ahí se dé la primera criba que separe al amateurismo de los que aspiren a vivir no solo para la música, sino también de ella. Según Cervera: “València no deja de ser algo periférico. Hay discográficas aquí pero han de hacer el mismo proceso que los grupos, insistir para que les hagan caso fuera. Las redes sociales ayudan pero no es suficiente. Tórtel tiene éxito porque saca disco y es un disco valorado. Pero debido a cómo funciona este país, es muy difícil que Tórtel venda lo que debería, de la misma manera que tampoco venden lo que deberían Sr Chinarro o Los Punsetes. Hay un techo muy bajo y si estás en provincias y no consigues ocupar un lugar prominente, ese techo es más bajo aún. Me encantaría que se le diera cancha al nuevo disco que saque El Ser Humano porque se lo merece tanto como el que más, o que se hiciera caso a Pentatronika por los mismos motivos. Pero no sé cómo se consigue eso y tampoco sé si los artistas mencionados o cualquier otro en su situación tienen ganas de invertir ese esfuerzo que nunca se sabe si dará frutos”.
Sin embargo, y dada la actual crisis de la industria y la irrupción de las nuevas tecnologías, parece que la tendencia ha empezado cambiar y no todos coinciden en la importancia actual de los sellos discográficos radicados en Madrid o Barcelona, como es el caso de Miguel Ángel Escrivá, miembro de La Pulquería y hoy en día al frente de Santero y Los Muchachos: “Internet lo pone más fácil que nunca y ya no dependemos de si un sello importante se fija en nosotros o no, se trata de componer bien, sonar cojonudamente en directo y trabajar concienzudamente la comunicación”. También habla por experiencia propia Jorge Martí: “Nosotros hemos estado en tres sellos discográficos. Ninguno de ellos era de Madrid o Barcelona. Grabaciones en el Mar siempre ha estado radicada en Zaragoza y Astro en Gijón. Mushroom Pillow son de A Coruña y sí, con el tiempo pasaron a tener su cuartel general en Madrid, pero vaya, es importante en la medida en la que las relaciones sociales son importantes, pero eso aunque pueda ayudar, no me parece imprescindible y más en el momento actual en el que todo el mundo está conectado y disponemos de los medios que nos brindan internet y las nuevas tecnologías”. Soledad Vélez, por su parte, tampoco ve determinante el factor geográfico en la actualidad: “Es complicado en todas partes, da igual de dónde vengas. Depende de muchos factores, a veces incluso basta con estar en el momento y el lugar adecuado. Creo que no existe una fórmula concreta. Aun así, sé de muchas bandas que se han ido a vivir a Madrid y a Barcelona porque dicen que allí hay más escena, más oportunidades, yo no lo sé, nunca he vivido en esas ciudades. Sí, voy bastante, porque me llaman con asiduidad para ir a tocar”.
En cualquier caso, y pese al posible cambio de tendencia, para los grupos con aspiraciones de profesionalizarse salir a buscarse las lentejas fuera de València parece convertirse en la única tabla de salvación. Y, a nivel de grupos no basta tan solo con poder o no invertir, sino también ser consciente de qué producto se está ofreciendo, y cuál es su nivel de alcance. “Cuando autoeditamos el primer Ep en 2007 no teníamos agencia de booking así que nos buscamos conciertos nosotros mismos. Estuvimos dos años girando por salas pequeñas y garitos de toda España. En esa época nos funcionó muy bien el Myspace, gracias a él varios festivales interesantes contactaron con nosotros”, recuerda Pablo Silva (Polock).
Otro punto a tener en cuenta es el de ofrecer un estilo bien perfilado que suponga algo diferente, algo que no sea más de lo mismo, en un panorama saturado de fotocopias de las fotocopias. “Yo soy partidario (deja caer Cervera) –y es algo que intento aplicarme a mí mismo también en mi trabajo- de intentar hacer cosas que nadie más haga, es decir, de hacerlas de tal manera que las haga únicas. Con eso creo que ya se establece una diferencia y una base fundada para reclamar atención. Y si encima estás fuera de Madrid o Barcelona, con más motivo aún. Por el hecho de que alguien decida montar un grupo o hacer música por su cuenta eso no significa que el mundo tenga que estar interesado en ello. A veces el límite está en Russafa y eso hay que saber asumirlo. Convertir eso en victimismo no va a cambiar las cosas”. “La Pulquería creó un estilo propio – comenta Miguel Ángel Escrivá – unas canciones muy particulares, un propuesta novedosa, después todo esto y un público en constante crecimiento en València llamó la atención de un sello importante afincado en Madrid. Una vez fichados la cosa a nivel promocional se propulsó debidamente desde allí”. Eso supone ser consciente de hasta dónde se es capaz de llegar con la música que se está tocando. No ser consiente de ello, no ser capaz de ofrecer ese algo diferente, o no poder invertir en una carrera para poder recoger frutos a medio o largo plazo pueden hacer caer fácilmente en el victimismo, en la autocompasión por la falta de atención o en no poder o querer ver las razones por las que uno no está calando. No fue el caso de Eugenio Viñas: “Con Twelve Dolls hicimos entre 210 y 220 conciertos en poco más de seis años. Eso es lo verdaderamente acojonante. Las dos giras por Rusia fueron anecdóticas, lo relevante para nosotros siempre fue el gran volumen de conciertos por España. Semanas tocando y tocando. Rock for food, por supuesto. No pudimos ser más felices. Y, como valoración, si actuando en tantas ciudades, ante tanta gente, salas de bien y con buena entrada, festivales, si con todo ello no dimos un esclafit definitivo, era porque ese no era nuestro lugar. Lo asumimos, nos abrazamos y no hemos dejado de seguir quedando para cenar en el chino y para disfrutarnos como personas. Para una banda es importante saber que de cara a quien te ha de dar un empujón en algún sentido –si quieres el tipo de carrera musical ‘asistida’-, si ve que llevas cinco años dando conciertos y no has pegado el salto, no interesas”.
“Siempre se nos dio bien València– prosigue Pablo Silva – Seguramente subió nuestra reputación cuando empezaron a venir noticias de fuera. Ser valorado en el exterior llama la atención de quien aún no te conoce y a la gente que ya te sigue le reafirma en sus gustos”. Coincide en su opinión Escrivá: “La mejor manera de terminar de explotar en tu ciudad es haciéndote eco fuera. Tal cosa provoca un efecto por el cual dejan de verte como la banda de colegas que les mola a los colegas y pasas a ser una banda más respetada y admirada”. Algo en lo que también concuerda Monteagudo: “Siempre nos sentimos muy valorados por la gente en València, gracias a eso, cuando pudimos reunir una poco de dinero, salimos a tocar a otras ciudades, aunque muchas veces fueran catástrofes. Cada vez que volvíamos a tocar en València habíamos hecho un montón de conciertos fuera y eso se fue notando en que cada vez la gente tenía más ganas de vernos”.
Caer en el victimismo supone perpetuar un panorama al que cualquier conocedor no duda en tachar de endogámico. “Puede que no hayan trascendido muchos grupos al exterior, pero para mí eso no es un sinónimo de falta de propuestas o de calidad. Sí que creo que a veces una parte de la escena valenciana tiende a ser un tanto endogámica en su actitud y en sus opiniones y por lo general nos quejamos mucho y nos cuesta salir de la zona de confort porque hay que echarle agallas, nadie te asegura nada y desgasta mucho”, destaca Jorge Martí.
Salir a girar por fuera y tomar contacto con discográficas y circuitos ajenos, esto es, con otros modelos, y aprender de ellos, bien puede suponer un antídoto para romper con la endogamia, ese monstruoso engendro que sorbe la sopa con pajita y a la que le falta algún que otro dedo de los pies. Bien lo sabe Jorge Martí, que con LHB ha llegado a grabar a las órdenes del mítico productor Steve Albini en Chicago, o en los estudios Abbey Road con el ingeniero de sonido Steve Rooke, también legendario: “La principal diferencia, no es ya tanto las personas con las que grabas si no la experiencia en su totalidad. Viajar con tus amigos a otro país a grabar tus canciones es una gran aventura. Lo que más destaco de haber grabado en EE.UU o en el Reino Unido es que entienden tu lenguaje, es su cultura, es su “movida” y eso te hace sintonizar desde el primer momento. Esa tradición, esa respeto por la música y la gente que la crea. Eso siempre me ha impresionado. No por irte fuera va a ser todo mejor, pero es desde luego emocionante salir y conocer otras culturas y otras costumbres. Eso siempre enriquece y queda para siempre”.
Según Viñas: “Quedarte en el local y hacer dos conciertos al año alquilando no sé qué garitos e invitando a no sé quién personas esperando que una deidad te lleve hasta la siguiente pantalla… No perdáis el tiempo pensando en eso. En términos económicos, es un mercado donde la demanda se genera en casa. Y eso es creación, registro, promoción y bagaje”. “Salir fuera es bueno para cualquier ámbito, – apostilla Escrivá – es una enseñanza como pocas, donde lo primero que te hace ver al conocer cómo funcionan otros lugares es ver tu propia realidad. Este país es muy pequeño y la estela de lo que se lleva nos arrastra a casi todos por igual. América (por donde La Pulquería llevó a cabo varias giras) tiene público para todo y aunque también están para lo que se lleva una pequeña porción de público para un grupo underground es mucho más que mucha atención aquí”.
Aunque tampoco todo depende de los grupos. Ningún fenómeno exportable aparece de la nada. “Ningún hito en la historia de la música tiene a un artista aislado o independiente”, reflexiona Viñas. Como muestra, y error del que aprender, tenemos el ejemplo de la fallida “Explosión Naranja”, de la que están a punto de cumplirse dos décadas, un intento por parte de comunicadores locales de etiquetar y exportar de cara al exterior la fértil generación local de grupos pop e indie de finales de los noventa, que acabó naufragando tan rápido como se hizo a la mar por falta de criterio interno. “Recuerdo especialmente cuando en València se acuñó el término de la explosión naranja. A alguien debió parecerle una gran idea pero, al margen de que ese tipo de asuntos no funcionan así (los Ramones y Blondie no se reunieron para decir, “vamos a llamarnos el punk neoyorquino”), si alguien pensaba que se estaba creando una etiqueta equivalente a la de “Xixón sound” se equivocó porque la etiqueta no sirvió de nada salvo para que alguno como yo pasara vergüenza ajena”, recuerda Cervera. Un fenómeno real precisa de una infraestructura real, y para ello, irremediablemente, tarde o temprano hay que contar con la administración. Una administración cuyo apoyo a la música local brilló por su ausencia durante dos décadas, más allá de intentos de cubrir el expediente con certámenes como “Sona la Dipu”.
La actual administración, sin embargo, parece abocada a fiar todo el panorama musical a la celebración de festivales, a las que no todos los grupos pueden acceder, y a medio y largo plazo suponen pan para hoy y hambre para mañana incluso para los pocos grupos participantes. Los festivales son necesarios como parte de un modelo, pero si el objetivo es crear un tejido musical estable, y mimbres hay para tejerlo, no pueden suponer la totalidad del mismo. Para ello, se hace necesaria la creación de un circuito musical estable que se desarrolle día a día, y no durante celebraciones puntuales. Y ahí es donde nos topamos con otro bache. La actual normativa para las actuaciones en directo, muy restrictiva y totalmente desfasada en cuanto a satisfacer la demanda actual, está generando hoy en día un enfrentamiento declarado no solo entre propietarios de salas y pubs donde se dan actuaciones en directo y la administración, sino entre los propios hosteleros. El contraste resulta también paradójico cuando otras ciudades, conscientes del potencial económico que supone la creación de un circuito musical estable, han empezado a conceder facilidades para las actuaciones en directo en pubs y demás locales de ambiente musical, como en el caso de Barcelona. Vélez incide de forma particular en esta problemática, que se está viviendo de forma más notoria en la actualidad en la ciudad de València: “En los tiempos que vivimos no creo que hagan faltan discográficas, sí apoyo a las salas, y licencia a los garitos. Que es allí donde ocurre toda la magia. Se fomenta más la relación público-banda”.
“Con músicos, que es lo que importa, sin duda se cuenta. Grupos, algunos. Legislación y seriedad administrativa, a la cola de España.” señala el propio Viñas. Silva secunda la moción: “Creo que lo más importante es el poco apoyo que se le da a las salas y las dificultades que hay para que los garitos obtengan licencias para la música en directo. Si todo son obstáculos para ofrecer música en directo es muy difícil crear cultura y costumbre en el público. Siempre he tenido la sensación de que en València hay muy buenos músicos y poca salida para la música en directo. Ahora mismo me encantaría que tuvieran proyección Johnny B. Zero y el cantautor Xavi Gómez, dos propuestas de mucha calidad”.
Monteagudo también parece tener clara una de las claves de la actual situación, el cambio de enfoque y de conciencia respecto al negocio de la música: “El problema viene cuando se habla de gasto y no de inversión en cultura. Deberían ponérselo más fácil a las salas de conciertos, que hubieran más subvenciones para programar a bandas locales que aún no pueden enfrentarse a lo que supone un concierto así. Ya que las grandes promotoras de festivales programan aquí, porque tienen nueve meses al año en los que el clima acompaña, estaría bien intentar negociar amistosamente un cupo de bandas de aquí, que las hay para tocar en cualquier puesto del cartel. Por lo demás, a corto plazo facilitar el tema de las licencias de actividad sería de gran ayuda, a medio plazo ajustar los horarios de conciertos a como están en otras ciudades o países para así permitir que salas de mayor aforo también quepan en la ciudad, eso te llevaría a que medianas y grandes bandas internacionales pusieran una chincheta en Valencia como lugar al que ir, con la posibilidad de que abran bandas locales. Eso crearía una cultura de conciertos que no acabamos de tener aquí.” Martí también tiene claro los próximos pasos a dar para tratar de revertir la situación, aunque va más allá: “A medio y largo plazo creo que son básicas las políticas que ayuden a dotar de medios e infraestructuras a todas las piezas del engranaje. Al final la música es un negocio que mueve mucho dinero y genera muchos recursos y sinergias y eso es beneficioso para cualquier sociedad, pero los verdaderos protagonistas, los músicos, no podemos ser el último eslabón de la cadena y el más frágil”.
Otro factor a tener en cuenta es el de la ausencia de medios de comunicación potentes (sí, hablamos de una radiotelevisión pública) que apoyen y difundan el hervidero musical, de cambiar las cosas a nivel de administración y adoptar un modelo que aportase viabilidad y continuidad a la escena musical. “Aquí hay artistas estupendos, y no son pocos. Ahí tenemos a Senior i El Cor Brutal o a Betunizer, por citar dos ejemplos muy distintos entre sí. Hay buena materia prima aunque eso no significa que todo sea interesante o trascendente. El apoyo externo es fundamental pero todo necesita de una buena base y si parte de una escena saneada, con una buena infraestructura, todo lo demás puede resultar menos complicado o más llevadero”, según Cervera. Escrivá añade: “Aquí no hay radios, ni televisión para proyectarse, y si hay algo especializado no proyecta a nivel nacional. Además en el caso de Madrid los artistas colaboran muy mucho entre sí y eso siempre es noticia. Aquí vamos cada uno a lo nuestro”. En cualquier caso, aunque la labor de los medios sea importante, su labor de forma aislada, sin formar parte de un tejido más amplio, no obra milagros por sí sola. Incide en ello Martí: “No se llenan las salas solo por los medios, si no ahí tienes fenómenos como el rap, ahora el trap o de siempre el heavy metal. Desde luego ayuda tener unos medios que al menos no te pongan la zancadilla, y sonar en las radios generalistas, por lo que me dicen algunos grupos amigos que sí lo hacen, ayuda mucho a incorporar nuevas hornadas de público a sus conciertos. Ciertamente sí que es vital el apoyo a las salas y a los garitos. Eso sí que me parece primordial, y es algo que sin lugar a dudas se ha de potenciar e incluso primar. En eso sí que estamos fastidiados. Se debería respaldar a toda la gente que desde la iniciativa privada invierte en ofrecer todo tipo de manifestaciones culturales, pues eso enriquece a una ciudad y a sus habitantes”.
Tampoco se puede dejar de señalar cierta ausencia de capacidad crítica más profunda entre los escasos medios locales, más dispuestos a no levantar ampollas entre un panorama en el que todo el mundo se conoce entre sí, que a juzgar a los grupos en su justa medida. “Por supuesto”, reflexiona al respecto Viñas: “Pero el sistema es tan escaso –de medios y de público relacionado con las bandas locales- que siempre es más doloroso hacerlo. La crítica es deseable, especialmente cuando viene de voces ajenas al proyecto. De ahí que entre los grupos sea deseable cierta relación interna y conocimiento del trabajo, cierto asociacionismo bien entendido. Si eso estuviera fortalecido, la crítica sería mucho mejor encajada. Sin embargo, en un páramo de quijotes, todo son ataques entre pares. Apenas hay contextos y la crítica se hace mucho más extraña así”.
Como consecuencia directa, dada la falta no solo de industria sino también de unidad, de conciencia gremial, la imagen que se proyecta del panorama musical valenciano es más bien pobre. Según Pablo Silva: “No creo que desde fuera haya una percepción del panorama que vaya más allá de algunos grupos sueltos como La Habitación Roja o Los Zigarros. Para el exterior Valencia es la tierra donde existió la Ruta del Bakalao”. Jorge Martí es de la misma opinión: “Yo creo que a nivel musical nadie tiene ninguna idea preconcebida de lo que se cuece en nuestras tierras y si la tiene, en muchas ocasiones tiende a generalizar o a tirar de tópicos. Fuera solo te recuerdan lo peor de la Ruta del Bakalao y te das cuenta de que la gente se queda siempre con la anécdota”.
Por último, es también a nivel administrativo desde donde se podría solventar un hándicap que supone la estocada final: el manifiesto desinterés de la gran mayoría de la población por aquello que se cuece justo delante de sus narices. “Hay un factor que me parece muy importante y que se suele obviar en este tipo de debates. Para que te quieran los demás primero te tienes que querer tú. Eso significa que, si Valencia no quiere a su música, difícilmente la van a querer fuera. Para mí “quererse” significa en este caso tener interés por el pasado y el presente de la música valenciana. A veces veo una desidia muy preocupante. Nunca he comprendido ese desinterés por parte del público en una ciudad en la que las distancias son más que salvables si la comparamos con Madrid o Barcelona.” señala Cervera. Vélez también pone el dedo en la llaga: “No sólo en la música, creo que se tiende a menospreciar lo que tenemos y volvernos locos por lo de fuera. A mí me me ha pasado. Y porque me ha pasado, en cuanto me entero de un proyecto que desconozco en Valencia, me lo pongo, y con la misma objetividad que cuando Pitchfork nos pone una nueva banda en su web, lo escucho”. Tal vez la educación sea la cuestión de fondo de ese desinterés manifiesto. Basta con asistir a cualquier sala cualquier fin de semana para percatarse de que la media de edad del publico asistente va de la treintena hacia arriba. El motivo tal vez sea el manifiesto desinterés de los chavales por una escena que promueve unos estilos que no van con ellos. En ese sentido, la tarea que queda por delante, no solo respecto a difusión sino también en el aspecto educativo, parece importante, según Martí: “Estaría bien contar con respaldo para poder implementar más horas lectivas de música en la educación obligatoria, locales de ensayo, escuelas municipales, casas de cultura, salas de conciertos, radios, fanzines, revistas…”.
Endogamia, cainismo, falta de apoyo de los medios, falta de infraestructura, de conciencia gremial… Son muchos los obstáculos que vencer. Nada nuevo bajo el sol, dirán los más resabiados. Puede que hoy en día hablar de la adopción de un modelo, del apoyo de unos medios de comunicación a suerte de eje vertebrador, de acercar la música a los chavales para que en un futuro sean los que nutran y mantengan ese circuito, y de la toma de conciencia de sí misma de una escena sabedora tanto de sus virtudes y objetivos como de sus limitaciones suene a utopía. Pero no saber mirar más allá del estado actual supone perpetuarlo y no avanzar hacia ninguna dirección. Hasta entonces solo nos quedará maravillarnos, eso quien no caiga en el pozo de las envidias cainitas, por los éxitos aislados de los contados grupos valencianos que habiendo saboreado las mieles del éxito en el exterior, hayan logrado no solo eso tan difícil que supone ser profetas en su propia tierra, sino simplemente no estar predicando en un desierto.